Yo te fui desnudando de ti mismo,
de los “tús” superpuestos que la vida
te había ceñido…
Te arranqué la corteza –entera y dura-
que se creía fruta, que tenía
la forma de fruta.
Y ante el asombro vago de tus ojos
surgiste con tus ojos aún velados
de tinieblas y asombros…
Surgiste de ti mismo; de tu misma
sombra fecunda –intacto y desgarrado
en alma viva…-
Poema: Yo te fui desnudando, Dulce María Loynaz
Creo que
uno de los logros más difíciles, pero más transformadores en las relaciones
interpersonales, consiste en llegar a ser un ámbito de libertad donde el otro
pueda ser quién es en todas sus expresiones. Sin juicios ni prejuicios, sin
prisas ni atajos. Un espacio común de convivencia respetuosa donde la
comprensión no sea una invitada extraña. Donde la palabra sea diálogo, y puedan
surgir los silencios elocuentes sin la única pretensión de decirse o decir,
sino como respuesta acogedora.
Un espacio
de común-unión donde no sea necesario coincidir, donde el conflicto más que
ruptura signifique oportunidad.
Es
inevitable la herida, el dolor, el cansancio, la duda, el miedo que levanta
defensas invisibles y nos atrinchera en nuestras razones. Es inevitable e injustificable al mismo
tiempo, pero quien no está dispuesto a asumir el riesgo y la herida, no
aprenderá a morir como la semilla que contiene al árbol.
Jamás, nunca
jamás, se ha de justificar violencia alguna, de ningún tipo, por muy sutil que
esta sea hasta el punto de no parecerla.
De lo que
yo hablo es de la difícil tarea de asumir al otro como es y de asumirnos como
somos. De crear un espacio mutuo, en terreno de nadie, donde ambas partes
puedan expresarse. Quiero resaltar que
no es tan titánica la tarea del amor y la amistad, pero si no aceptamos la herida
innata en la convivencia, ni aprenderemos a sanar heridas ni le daremos a los
demás la oportunidad de aprender a sanarlas y de reconocer el daño infringido.
Lo que
ocurre es que no sólo es más fácil ver la paja en ojo ajeno (*) sino que
normalmente pensamos que es “el otro”, los otros quienes necesitan aprender a
ser espacio para mi libertad. Es “el otro” el que hiere, el que no sabe o no
quiere sanar, el que no sabe o no quiere dejarse sanar.
Amar es un
arte, ya lo dijo Eric Fromm. Una vocación que requiere la maestría de aprender
a conocernos y reconocernos, aceptarnos, comprendernos, perdonarnos,
confiarnos, en definitiva, para amarnos y así saber amar, reconocer, aceptar, comprender,
perdonar, confiar.
Merece la
pena correr el riesgo y desdeñar la fantasía de las relaciones platónicas o
románticas que siempre nos acecha.
Merece la
pena encaminarse hacia el reverso del poema:
Yo me fui desnudando
Me
fui desnudando de mi mismo,
de
los “yos” superpuestos que la vida
me
había ceñido…
Me
arranqué la corteza –entera y dura-
que
se creía fruta, que tenía
la
forma de fruta.
Y
ante el asombro vago de mis ojos
surgí
con mis ojos aún velados
de
tinieblas y asombros…
Surgí
de mi mismo; de mi misma
sombra
fecunda –intacto y desgarrado
en
alma viva…-
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(*) “No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el
juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os
serás medido. ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no
echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano:
Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo?... saca
primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del
ojo de tu hermano.” (Mateo 7,1-5)
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