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Todo "nacimiento" es un misterio.

Todo “nacimiento” es un misterio, pero depende de dónde nazcas este misterio se desarrollará  a lo largo de la vida de maneras diferentes.

Paras unos, desde que tenemos uso de razón, son tan normales tantas cosas, tan obvias, que no nos planteamos su valía: calzado, ropa, vivienda, familia, educación, comida, agua… Pero para otros acceder a todo esto “tan obvio” no es lo normal. Supone un reto que alcanzarlo puede llegar a costar la vida. Otros muchos, demasiados, morirán sin ni siquiera llegar a pensar que pueden alcanzarlo, más aún, morirán sin entender nada porque ni siquiera habrán accedido a poder soñar nada, condenados a vivir una pesadilla que cesará bajo un largo sueño que nada tiene de sueño.

No, hoy no deseo ser pájaro de mal agüero ni me he levantado con el pie izquierdo en esta  mañana navideña de cielo despejado. No, no estoy de mala leche por motivo alguno, ni me gustan los profetas ni los juicios finales. Más aún, suelo “vibrar” con las navidades que me resultan entrañables, familiares y enriquecedoras. Me gustan estas fechas que vivo con fe y afecto. Pero nada de eso elimina el hecho de que bajo el celofán, a veces, hay demasiada miseria camuflada. El día 26 de abril de este año 2016, el periódico digital El Mundo, haciendo referencia al Informe de Save The Children, afirmaba que alrededor de 16.000 niños de menos de cinco años mueren cada día. No creo que hayan cambiado mucho las cosas en tan poco tiempo. Por eso, cuando me he levantado hoy y he pensado en mis hijos plácidamente dormidos al mirar al niño Jesús del belén que tenemos en la entrada de casa, he pensado en mi hija menor que ahora tiene 5 años y he revivido la maldita estadística con cierta amargura.

¿Qué hacer? Podría hacer muchas cosas… y “no hacer”, como, por ejemplo, gastar de manera desmesurada movido por no sé qué sentimiento “navideño comercial”. Pero, sobre todo teniendo en cuenta que son unas fiestas profundamente religiosas -por mucho que a muchos les moleste- sería conveniente abrir bien los ojos, esos que dicen que son espejos del alma. Mirar de frente y llamar a las cosas por su nombre. Mirar atento alrededor, sobre todo con fe, no sea que pase de largo y no "contemple" a aquel del que celebramos su venida por no reconocerlo sobre los “belenes” maltrechos hechos de cartón en las aceras, durmiendo al resguardo de algún cajero automático, o comprando un cartón de leche en el supermercado cubriendo sus 10 añitos con una bata maltrecha a pesar de un frío que pela.

¿Qué hacer?... Vivir sabiendo que mi estilo de vida repercute en esa parte del mundo que sueña con que yo despierte de mi vida soñada para que la suya deje de ser una pesadilla. Y puede que entonces nacer sea un misterio que no sólo no acabe a los 5 años, sino que además se desarrolle con dignidad a lo largo de la vida.

¿Qué hacer?... Dejar de ser “Nicodemo”*  y entender que es posible nacer de nuevo.
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*  Según el Evangelio de san Juan, Nicodemo era un rico fariseo, maestro en Israel y miembro del Sanedrín que mantuvo un diálogo profundo con Jesús. Durante la conversación con Jesús entendió de manera literal lo que éste le decía: "En verdad, en verdad te digo que si uno no nace de nuevo, no puede ver el Reino de Dios", y marchó confuso sin adivinar el significado profundo del mensaje.