Existe una leyenda
muy antigua sobre los tres Reyes Magos que viajaron a Belén para conocer al
recién nacido niños Jesús. Y no me refiero a la historia que todos conocemos.Dice esta leyenda
que los únicos que pensaban partir eran Gaspar y Baltasar, y que Melchor no
formaría parte de tan peculiar expedición.
¿Queréis saber por
qué?
Estos tres sabios de
oriente eran muy amigos, y aficionados a interpretar el mensaje de las
estrellas junto a profecías muy antiguas. Una noche se dieron cuenta que había
una estrella peculiar en el firmamento. Destacaba sobre todas las demás. Así
que buscaron entre los pergaminos antiguos aquella profecía sobre el
nacimiento de un gran rey que haría grandes proezas. Y llegaron a la
conclusión, con enorme asombro, que la noche estaba próxima. Así que empezaron
a preparar todo lo necesario para emprender el viaje. Tardaron un día entero en
preparar todo. Cada uno decidió llevar un regalo: Melchor llevaría mirra,
Gaspar un poco de incienso y Baltasar algo de oro. Aunque, como hemos dicho,
todo hacía indicar que Melchor no iría.
Al llegar el día de
la partida Melchor estaba muy serio.
- ¿Qué te pasa? Le
preguntaron sus amigos.
- Creo que todo esto
es una locura. Una cosa es leer las estrellas, y buscar entre las leyendas
significados ocultos, y otra muy distinta es salir a la aventura sin saber muy
bien si todo esto es cierto o es una locura nuestra. ¡Somos hombres de ciencia!
Sus amigos se
entristecieron porque creían que Melchor compartía el mismo entusiasmo que
ellos. Aunque reconocían que algo de razón tenía. Así que le dijeron:
- No nos precipitemos.
El día de hoy lo ocuparemos a guardar silencio para escuchar a nuestro corazón,
y descubrir qué deseamos de verdad. Mañana tomaremos una decisión.
Y así hicieron.
Melchor se acostó un
poco inquieto. No paraba de dar vueltas en la cama hasta que quedó
profundamente dormido. Esa noche los ángeles de las revelaciones le concedieron
tres sueños.
Primer sueño.
Melchor no sabía
cómo había llegado a Belén, no recordaba nada del viaje. Pero allí estaba,
adorando al niño Jesús. No veía a sus amigos. El lugar era muy pobre y sucio, y el niño estaba tumbado en un
pesebre lleno de pajas. Unos cuantos pastores eran testigos de todo aquello. No
había matrona, ni familiares, ni amigos de la familia. Estaba claro que eran
extranjeros y pobres.
Parpadeó, porque le
picaban los ojos, y de pronto vio a Jesús niño correteando detrás de un
pajarillo.
¿Qué estaba pasando?
Se preguntó
Volvió a parpadear y
tuvo que acostumbrar la vista a la penumbra. Cuando se adaptó a la luz tenue,
pudo ver a Jesús leyendo la Torá en la sinagoga.
Volvió a cerrar los
ojos y esta vez los abrió despacio, pues ya sabía que todo a su alrededor
cambiaría. Efectivamente había sido así. Jesús ya era un joven alto y seguro.
Hablaba con seguridad y lo que decía transmitía esperanza y alegraba al
corazón. Pero seguía siendo pobre y se rodeaba de gente pobre. La gente se
agolpaba a su alrededor, y unos amigos suyos repartían panes y peces entre el
gentío.
Cerró los ojos para
pensar: este no es el Rey de las profecías. El que liberará a su pueblo. Y con
esta idea en la cabeza despertó algo nervioso.
Todo había sido un
sueño. Pero aquel sueño reforzaba sus ideas. Aquel niño que nacería en Belén no
sería el rey de reyes que todos esperaban.
Se levantó y bebió
agua. Se quitó el pijama, y se vistió para contar a sus amigos el extraño
sueño que había tenido. Pero en la casa no había nadie. Estaba solo. Miró fuera
y más de lo mismo.
- Mis amigos se han
marchado sin esperarme y se han llevado prestado mi camello. Dijo en voz alta.
- ¿Por qué no me han
esperado?
- Bueno, da igual. De todas
maneras no hubiera ido. Además, saben que pueden llevarse mi camello sin mi
permiso pues confío mucho en ellos.
El día se le hizo
muy largo. No estaba acostumbrado a estar solo y tenía muchas ganas de ver las
estrellas por la noche. Sobre todo quería saber si la extraña estrella seguía
allí. Llegó la noche y la estrella no estaba.
¿Se habrá desplazado
y por eso mis amigos han salido a todo correr detrás de ella para seguirla?
Cómo les dije que no
quería ir, no habrán querido despertarme.
Lo cierto es que
estaba muy cansado. Así que se acostó pronto.
Pasado un buen rato
se despertó sobresaltado, pues alguien en la habitación le había llamado por su
nombre:
- Melchor… Melchor…
¡despierta!
Encendió una pequeña
lamparilla de barro que había en una mesita, junto a la cama. La cogió con la
mano y apuntó, algo confuso, hacia donde había escuchado la voz. Se quedó
boquiabierto cuando vio que se trataba de un niño. Pero no era un niño
cualquiera. Era él de pequeño. Se reconoció en seguida. No sabía qué decir.
- Hola… Dijo por fin.
- Hola Melchor. Dijo
el pequeño. Necesito que me acompañes fuera. No temas. Quiero que descubras una
cosa.
Al salir de su casa se
llevó una sorpresa al ver que donde antes había un gran pozo ahora se
encontraba el pesebre que había visto en el sueño de la noche anterior. Pero
esta vez no había nadie. Solo estaba el pesebre.
- Anoche soñé que en
un lugar exacto a este nacía un tal Jesús. Yo, como mis amigos, pensaba que
sería el Rey que anunciaban las profecías. Pero durante el sueño vi como solo
era un pobre más. Era bueno y se portaba muy bien con la gente. Les cuidaba y
les transmitía esperanza con lo que decía. Pero nos les sacaba de su pobreza,
ni tenía poder alguno, ni mucho menos un ejército propio de un rey.
- ¿Dónde están tus amigos? Dijo el niño.
- Partieron ya hacia
Belén. Allí descubrirán que yo tenía razón
El niño sonrió.
- ¿Crees en los
sueños? Le dijo.
- Si, respondió
Melchor.
- Pero tú eres un
hombre de ciencia.
- Bueno, no todo se
explica con la ciencia.
- ¡Ajá! Eso es lo que
quiero que aprendas. Dijo el pequeño Melchor.
Quiero que hagas una cosa
por mí. Túmbate en la arena de este hermoso desierto y mira al cielo. Olvídate durante un momento de todo lo que
sabes sobres las estrellas, las constelaciones y todo lo que crees saber sobre
los astros del cielo. Simplemente contempla sin pensar.
Melchor miró las
estrellas, por primera vez en mucho tiempo, como cuando era niño. Se quedó
maravillado ante el espectáculo increíble de ver el cielo estrellado en medio
del desierto. Volvió a sentirse feliz ante ese espectáculo. Era algo que había
olvidado.
El pequeño Melchor
lo sacó de su asombro al cogerle de la mano.
- Ven. Volvamos al
pesebre.
Al volver, Melchor no podía
creer lo que estaba viendo. Ahora la escena era exactamente igual que la que
había visto durante el sueño del día anterior. Allí estaban José y María, al
rededor del niño que estaba en un pesebre. Había algún animal y algunos
pastores. Probó a parpadear para ver si todo cambiaba. Pero esta vez no sucedió
nada. Todo seguía allí.
Mientras pensaba que
todo aquello volvía a ser un sueño, vio como a lo lejos venían tres extranjeros
en camello acompañados de sus pajes. No podía creer lo que veía esta vez. Eran
sus amigos y el llegando al pesebre. Bajaron de los camellos, y arrodillándose
con solemnidad frente al recién nacido, le hicieron regalos propios de un rey:
incienso, oro y mirra.
El niño se acercó
con cuidado a Melchor y le susurró al oído:
- ¿Qué estás sintiendo
al mirar al niño, ahí de rodillas? No quiero saber qué piensas sino que estás
sintiendo.
Melchor, con un hilo de
voz, dijo bajito:
- Cuando he mirado a
los ojos al niño, por un momento, sentí dentro de mi pecho la noche que hemos
visto antes, con todas las estrellas latiendo al ritmo de mi corazón. Sentí también
todo el peso de la noche dentro de mí y a su vez todas las constelaciones más
lejanas. Ha sido… No supo encontrar las palabras.
- Ves, le dijo el niño
a Melchor. Ahora has mirado con el corazón y no con la razón.
- ¿Le diste tu regalo?
- Sí.
- Bien.
- ¿Crees que él es el
Rey que esperabais.
- Creo que después de
esta noche ya no tendré tan claro qué es un verdadero rey. Pero sentí que mi
corazón era todo suyo.
- ¡Ajá! Dijo el
pequeño Melchor, mientras daba un chasquido con los dedos.
De pronto Melchor
despertó. Se sentó en el borde de la cama y sintió que esta vez no estaba
sobresaltado. Estaba tranquilo.
- Creo que he
entendido: la ciencia no lo puede explicar todo. Las apariencias a veces son
engañosas y hay que aprender a ver también con el corazón.
Durante el día estuvo
muy pensativo. Esta vez no le incomodó la soledad ni el silencio. Los sueños parecían
tan reales que no acertaba a diferenciar cuando estaba soñando y cuando estaba
despierto. ¿Estaría soñando ahora que estaba despierto? No se paró muncho en
ese pensamiento. Lo único que lamentó fue no tener su camello para salir
corriendo y contarle a sus amigos los sueños que había tenido.
Llegó la noche y se
acostó.
El ángel de “la voz
de los sueños” le susurró al oído que se levantara. Melchor se levantó y dijo: ¿dónde
está aquel que me ha despertado y me ha llamado por mi nombre?
El ángel le
respondió: no puedes verme porque soy el ángel de “la voz de los sueños”. Pero
no te preocupes. Si observas bien verás una tenue luz cuando hablo, ese es mi
aliento angelical. Así sabrás dónde estoy en todo momento.
Ya has visto lo que
tenías que ver para entender la noche de Belén, yo solo vengo a hacerte una
promesa: la noche del nacimiento de Jesús, y vuestro encuentro con él, se
recordará durante siglos y siglos. Una noche se hará memoria del nacimiento del
niño Dios, y poco después se celebrará la noche de los Reyes Magos, en memoria
vuestra. Este es el regalo que os hace Dios por haber celebrado su nacimiento
con vuestros mejores presentes. Vosotros no seréis inmortales, lo será vuestro
acto de fe y amor. Por ello, de
generación en generación, reyes de todo el mundo os representarán para recordar
el acontecimiento único del nacimiento de Dios. Los niños vivirán la noche de Belén
con la fe que se transmitirá, de abuelos a padres y de padres a hijos, y así
sucesivamente. Y la noche de los “Reyes Magos” experimentarán la alegría del
niño Jesús ante los regalos. En cada regalo que se haga, por grande o pequeño
que éste sea, generoso o simple, nuevo o no, Dios quiere decirle a los niños
que ellos son muy importantes para él. Más aún, cada niño es como un regalo
para Dios. A los papás se les permitirá vivir esos días la grandeza de ser
padres, y a los abuelos la de ser abuelos.
Dice la leyenda que
el Rey Melchor susurró con emoción contenida: ¿de verdad será siempre así?
Y el ángel le
respondió: será así hasta que cada niño y niña del planeta pueda vivir esta
dicha. La Navidad será un compromiso de la humanidad para con los niños.
También quiero que
sepas que hay regalos increíbles: lapiceros, libros, escuelas, hospitales,
capillitas, vacunas… porque transmiten esperanza y sueños de un futuro mejor. Tranquilo,
cuando el niño Jesús crezca enviará a sus amigos a repartir estos otros “regalos”.
Pero esta es otra historia que no puede ser contada ahora. También se narrará, de generación en generación, a través de la vida de hombres y mujeres que se
conocerán como misioneros.
Al escuchar la última palabra: misioneros, los
ojos empezaron a pesarle y cayó en un profundo sueño.
Al despertar comprobó
que sus dos amigos estaban en casa. Nunca se habían marchado, y se dio cuenta
que sus tres sueños transcurrieron durante la misma noche.
Despertó a sus tres
amigos y les contó todo lo sucedido durante los sueños. Sabía que no estaba loco.
Ni mucho menos. Sus tres amigos se alegraron de que Dios hubiera visitado a
Melchor entre sueños. Cogieron todas las cosas para el viaje y marcharon hacia
Belén. Melchor estaba tan contento que se puso el primero para encabezar la caravana.
Hay otras muchas
leyendas. Pero yo os he contado esta.
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