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¿A la espera del amor?

He paseado la vista por la estantería del salón y he parado la mirada, sin  saber por qué, en el libro de Zubiri: “Sobre el hombre” (Ed. Alianza, 1993). Lo he abierto al azar y he estado leyendo durante un rato dando saltos sin rumbo entre sus páginas. Como no podía ser de otra manera el libro está subrayado por aquí y por allá. Otra costumbre que tengo es escribir ideas personales o anotaciones con referencias en la primera página en blanco de los libros que he leído. Es ahí donde me he topado con la siguiente anotación: “Lo que pensamos sobre nosotros mismos va a determinar lo que realmente somos”.

Creo que José Antonio Marina recoge esta idea en su libro: “Ética para náufragos” (recomiendo su lectura), pero no lo he buscado para ver si es cierto que habla de ello (extraño, porque es lo que normalmente haría). Por el contrario he cogido la biblia y he salido al encuentro de algunos pasajes que utilizan el símil del barro.

¿Qué relación tiene esto con el texto de Zubiri?...

Creo que mucha, sobre todo si estamos recién entrados en el tiempo de adviento. Si eres creyente.

Este tiempo litúrgico se caracteriza por la espera. Una espera cargada de esperanza.

Deseamos que las cosas cambien. Queremos que el mundo sea mejor; que nuestras circunstancias sean mejores y ser mejores personas, pero sabemos que no podemos lograrlo contando sólo con nuestra voluntad. Salimos por tanto al encuentro de quien sí puede lograr dichos cambios, haciéndonos además participes de ellos. No solo eso, intuimos muy vivamente que dichos cambios tienen su epicentro en cada uno de nosotros.

Pero si quieres cambiar algo es porque no es bueno, no es saludable o no es deseable.

Y aquí es donde no puedo dejar de enfrentarme a una paradoja: ¿y si el origen de nuestro cambio radica en el hecho de no querer cambiar nada, sino en conocer, comprender y acoger?.

Nuestro enraizado voluntarismo se resistirá a esta idea; nuestro fondo moralista acuñado por “la ley” tampoco se mostrará muy tranquilo, y nuestra autoestima amordazada, condicionada por el “síndrome de Estocolmo”, nos pedirá un poquito de flagelación para conseguir una conciencia algo justificada.

Lo que quiero decir es que el centro del dilema ya no sería: ¿qué hago para esperar como se debe?, sino ¿quién soy o creo ser durante esta espera?.

Por eso busqué en la Biblia, rica en símbolos y significado, y encontré en el símil del barro la respuesta:

-       soy barro… barro maleable, sucio, frágil
-       todos estamos hechos del mismo barro
-       somos barro en manos del alfarero
-       somos tesoros en vasijas de barro
-       (Jer. 18,3.6; 2 Cor. 4,7)

Esperamos, pues, a aquel que desea amarnos en lo que realmente somos. Abrazar nuestras heridas para sanarlas, hacerse encuentro en nuestras soledades incomprendidas; palabra en nuestros silencios sin sentido. Esperamos a aquel que quiere ser luz desde nuestras sombras, sabiduría en nuestra necedad, fuerza en nuestra debilidad, libertad desde nuestros miedos y vida desde la muerte que nos habita.

Es el amor incondicional quien nos transforma, pero éste es un amor que no se impone. Necesita ser acogido. Si esto sucede se entiende entonces que “esperar” tiene estrecha relación con “hacer”: dar de comer la hambriento, de beber al sediento, sanar el enfermo, vestir al desnudo, visitar al encarcelado… (Mt. 25,35ss)

No hacemos cosas, por tanto, para “ganarnos” el amor de Dios, sino que nuestras acciones son la respuesta irremediable de quien ha sido encontrado y amado por el AMOR.

Puede que Zubiri tuviera razón: “Lo que pensamos sobre nosotros mismos va a determinar lo que realmente somos”. Aunque yo matizaría: lo que pensamos sobre nosotros mismos “nos condiciona” para entender lo que realmente somos: tesoros en vasijas de barro.