En la contraportada de la novela “La librería de los finales felices” de Katarina Bivald, puede leerse: “Querido lector: Somos muchos los que sabemos que los libros tienen un poder mágico: los hay para soñar, para descubrir, para reflexionar, para aprender, para enamorarse, para caminar…, y todos ellos tienen algo en común: hacen que nuestras vidas sean mejores. Fieles compañeros de viaje, los libros escriben nuestra banda sonora y no nos abandonan jamás.
¿Quieres un consejo? Disfruta del placer de perderte por los pasillos de una librería y ponte en manos de un librero experto, capaz de adivinar tu estado de ánimo, de recordar tus inquietudes y de ofrecerte un libro sólo para ti…”
Puede que me lo proponga y saque tiempo para vivir una experiencia así, o puede que no…. (la librería que querría visitar la tengo en mente). Puede que la librería en cuestión esté abierta o puede que no, pues cada vez cierran más librerías. Pero entre los “puede que sí” y los “puede que no” posibles, de lo que sí que estoy seguro es que la próxima novela que leeré será “La librería de los finales felices”, porque estoy de acuerdo en que los libros tienen un poder mágico, y si se lo permitimos pueden hacer que nuestras vidas sean mejores.
Naturalmente que hay libros y libros, puede que por eso se nos aconseje ponernos en manos de un libreo, y aún así no en manos un libreo cualquiera sino uno experto. Parece que la tarea es más complicada de lo que en un principio se advierte, pero no lo es tanto. Lo realmente difícil (después de escoger un buen libro) es estar dispuesto a perder tiempo para una lectura sosegada, calmados, sin nuestros sentidos dispersos, sin el smartphone sobre la mesa recordándonos que puede sonar en cualquier momento… o vibrar, o encender calladamente su pantallita con la pretensión “in-humana” de que lo dejemos todo para atenderle.
Puede que ese sea uno de los grandes regalos que recibimos al leer un libro: “desconectar” para conectar con nosotros mismos. Esto puede llegar ha ser posible gracias al silencio que las palabras provocan. Un silencio que hace que nos adentremos en esa soledad que nos habita a todos. Soledad que tememos porque pensamos en ella como des-encuentro de todo y de todos, pero paradójicamente es precisamente ella la que nos enseña a vivir el verdadero encuentro. Puede que Unamuno tuviera razón cuando dijo que “si no sabemos querernos es porque no sabemos estar solos”. Tampoco puedo evitar pensar en Jesús de Nazaret, maestro indiscutible de relaciones interpersonales, retirándose constantemente a solas.
Así que me atengo a lo dicho, mi querido lector. Me retiro un rato a solas y… te deseo una buena lectura.
Redes...