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Es un misterio...

Recojo hoy este cuento porque me ha hecho pensar que la navidad más allá de los buenos deseos, los regalos, la familia, la amistad, la ilusión, el anís y los polvorones… es ante todo un misterio. El misterio de Dios entre nosotros. Un misterio que necesita ser desvelado en nuestra propia vida, acogido en la familia de los hijos de Dios, que es la Iglesia, celebrado en todos los rincones del mundo con gestos de amor desinteresado, y reconocido como un don que se nos da por pura gratuidad.

Nuestra vida es un misterio… un misterio que no permite indiferencia. Un tesoro, que para ser poseído, necesita ser entregado con gestos de misericordia entre los menos favorecidos de la tierra, entre aquellos que empobrecemos con nuestra forma consumista de vivir. Pero navidad es más que dar. Navidad es ser acogido, asumido, perdonado, comprendido, sanado… por un Dios que ama con corazón de niño.

Navidad es amar como Dios porque hemos sido amados por Él.

Se dice que, cuando los pastores se alejaron y la quietud volvió, el niño del pesebre levantó la cabeza y miró la puerta entreabierta. Un muchacho joven, tímido, estaba allí, temblando y temeroso.
- Acércate- le dijo Jesús- ¿Por qué tienes miedo?
- No me atrevo... no tengo nada para darte.
- Me gustaría que me des un regalo – dijo el recién nacido.
El pequeño intruso enrojeció de vergüenza y balbuceó:
- De verdad no tengo nada... nada es mío, si tuviera algo, algo mío, te lo daría... mira.
Y buscando en los bolsillos de su pantalón andrajoso, sacó una hoja de cuchillo herrumbrada que había encontrado.
- Es todo lo que tengo, si la quieres, te la doy...
- No - contestó Jesús- guárdala. Querría que me dieras otra cosa. Me gustaría que me hicieras tres regalos.
- Con gusto – dijo el muchacho- pero... ¿qué?
- Ofréceme el último de tus dibujos.
El chico, cohibido, enrojeció. Se acercó al pesebre y, para impedir que María y José lo oyeran, murmuró algo al oído del Niño Jesús:
- No puedo... mi dibujo es horrible... ¡nadie quiere mirarlo... !
- Justamente, por eso lo quiero... siempre tienes que ofrecerme lo que los demás rechazan y lo que no les gusta de ti. Además quisiera que me dieras tu plato.
- Pero... ¡lo rompí esta mañana! – tartamudeó el chico.
- Por eso lo quiero... Debes ofrecerme siempre lo que está quebrado en tu vida, yo quiero arreglarlo... Y ahora –insistió Jesús- repíteme la respuesta que le diste a tus padres cuando te preguntaron como habías roto el plato.
El rostro del muchacho se ensombreció, bajó la cabeza avergonzado y, tristemente, murmuró:
- Les mentí... Dije que el plato se me cayó de las manos, pero no era cierto... ¡estaba enojado y lo tiré con rabia!
- Eso es lo que quería oírte decir –dijo Jesús- Dame siempre lo que hay de malo en tu vida, tus mentiras, tus calumnias, tus cobardías, tus crueldades. Yo voy a descargarte de ellas... No tienes necesidad de guardarlas... Quiero que seas feliz y siempre voy a perdonarte tus faltas. A partir de hoy me gustaría que vinieras todos los días a mi casa.

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Ariel David Busso, del libro Caminos de cielo limpio, Ed. Lumen