Ya en el año 1993, en su
libro: “El pulso del cotidiano”, José Mª Toro escribía lo siguiente: “Cada
vez se nos exige más en cada momento; las posibilidades que nos ofrecen la
técnica y las nuevas tecnologías, de manera paradójica, nos exigen movernos
cada vez más deprisa, llevan a abarcar y a ocuparnos más y más. Nos conducimos
por lo diario con el pie pisando a fondo el acelerador de la propia vida. Con
ello, además, lo que ganamos en rapidez lo perdemos en profundidad y
autenticidad y lo recuperamos luego como tensión y cansancio.”
Hago mías las palabras del autor por la vigencia de su reflexión. La prisa
nos hace vivir fuera de la realidad y nos predispone a la dispersión y el
des-encuentro.
Por supuesto que las relaciones interpersonales son más complejas que los
140 caracteres de un twitter y requieren muchos más esfuerzo que un “me
gusta” en Facebook.
La tecnología, que nos tiene siempre conectados, no facilita los encuentros
personales; y la prisa… la prisa tiene que ver con hacer muchas cosas, no solo
porque la realidad se impone, sino para huir de nosotros mismos por miedo a
encontrarnos. Sospechamos que no nos gustará lo que podemos encontrar.
Sinceramente, pienso que merece la pena correr el riesgo y salir al
encuentro de nosotros mismos…. pero sin prisas ni prejuicios. Pensemos en el agua sucia
cuando se la remueve, si dejamos de agitarla y le damos tiempo para que repose
todo quedará en el fondo, y se podrá descubrir que la gran mayoría es
agua limpia que pasaba inadvertida.
Somos como el agua que necesita reposo. No es el poso oscuro lo que nos
determina… ni a nosotros, ni a los otros.
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