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Oh Oh Oh...

Buenos deseos, regalos, felicitaciones, comidas familiares y de empresa, más regalos, cestas de navidad, más comidas navideñas, regalos otra vez… y el cotillón de fin de año como eclosión festiva y colofón de las celebraciones para los adultos. 

Unos días más tarde la explosión de felicidad se produce con los Reyes Magos para los más pequeños (si es que éstos no han sido suplantados aún por Papá Noel). Otra formula es cederle a  Papá Noel la noche de Navidad y a los Reyes Magos el 6 de enero. También puede suceder que Papá Noel desaparezca del mapa, si es que vives en el País Vasco, dónde es el Olentzero quien hace las delicias de los más pequeños.

Al final el cóctel resulta de lo más llamativo y colorido, de eso no cabe duda, pero el “cacao” que  se monta es tal que el verdadero sentido de la Navidad no solo se diluye hasta desaparecer entre las burbujas del champán y las campanadas que anuncian un nuevo año lleno de buenos deseos, sino que nuestros hijos terminan componiendo como pueden el puzzle que hemos creado los adultos: un galimatías sin sentido, con  muy buenas intenciones, pero sin esperanza… sin fe (ni en Dios ni el ser humano).

Ellos, los más pequeños, le darán sentido a todo esto… a su manera, y nosotros los adultos seguiremos comprando una felicidad fugaz que durará unos días… un poquito más allá de las rebajas, pero nada más.