Una vez más me he puesto a pasear entre hojas y
palabras sin pretender dar esquinazo a una soledad de la que no reniego, más
bien me complace, y he buscado de su mano un poco de agua fresca, como quien
desea saciar una sed que no es sed, sino
necesidad de ser.
Me he
adentrado con ella en un pequeño desierto que se titula: De la cabeza al
corazón, el camino más largo del mundo, de Micheline Lacasse, y me he
sorprendido bebiendo en un oasis de certezas.
Así que hoy utilizo el
blog como el cuenco que se hace con las manos para retener un poco de agua, y la
esparzo entre líneas para dibujar el reflejo que me ha llegado.
Digo yo,
¿acaso un verso, un poema, un relato… no es como un cristal traslucido que deja
entrever en la sobra de quien lo ha creado a quien lo recrea?
Micheline
Lacasse:
“¡Son tantas
las realidades que yo querría expresar con mi mirada…! En el fondo de mi mismo
siento que desearía, mediante mi mirada, envolver en ternura a las personas que
quiero, rodear con un halo de luz a los pequeños y débiles. Desearía que por la
claridad de mi mirada se manifestara la verdad. También me gustaría que se le
diera crédito cuando busca un legítimo reconocimiento; del mismo modo que
espero que no se abata el ridículo sobre mis pupilas dilatadas por el miedo o
por cualquier tipo de éxtasis. ¡Cómo deseo que se comprenda mi mirada…! Pero
sólo puede entregar lo que tengo en el fondo de mi ser. ¿Qué hay en lo más
profundo de mismo que pueda reflejar mi mirada?.
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