Vivimos
según pensamos y pensamos según vivimos. Lo que ocurre es que el ritmo que nos
imponemos día a día para no salirnos del
caudal establecido no nos permite parar lo suficiente para pensar sobre
cuestiones fundamentales.
Sé
que se puede vivir sin “darle mucho a la azotea”, sin filosofía, sin leer un solo libro al
año, sin cuestionarse la moralidad o no de una posible decisión o de un hecho
consumado.
Se
puede vivir sin necesidad de Dios, de una religión o espiritualidad alguna. Peor aún, se puede vivir profesando un credo de cara a la galería haciendo de Dios,
la religión o la espiritualidad, un teatro de títeres donde los hilos sean
movidos en interés propio, y se tache de voluntad divina lo que no es más que
engaño y manipulación.
Sé
que se puede pasar sobre los demás, como Atila, bajo las banderas de “piso para
que no me pisen”, “bastante tengo yo con mis problemas” o “el amor empieza por
uno mismo”. Y es que “ojos que no ven, corazón que no siente”.
Puede incluso que sea cierto que la vida marque el compás y tengamos que aprender a bailar a
cierto ritmo, pero esto no produce ceguera alguna. No ver es una decisión
personal, más bien el resultado de un cúmulo de decisiones. Pero así como la noche más oscura forma parte de nuestra naturaleza humana, también lo es la
capacidad más grande de transformación que se ha conocido nunca jamás: el amor.
Vuelvo
al comienzo: vivimos según pensamos y pensamos según vivimos, pero sin amor, ni
se puede pensar bien ni se puede vivir como se debe.
Así
que puestos a pensar sobre estas cuestiones, anímate querido lector a leer conmigo los cinco puntos
que Mounier creía necesarios para una buena sociedad:
- Salir de sí mismo, esto es, luchar contra el egocentrismo, narcisismo, individualismo
- Comprender: situarse en el punto de vista del otro, con empatía; no buscar en el otro a uno mismo, ni verlo como algo genérico, sino acoger al otro en su diferencia
- Asumir, en el sentido no sólo de compadecer, sino de sufrir con el dolor, el destino, la pena, la alegría y la labor de los otros.
- Dar con desinterés. De ahí el valor liberador del perdón
- Ser fiel, considerando la vida como aventura creadora, que exige fidelidad a la propia persona
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P.D. Propongo un refrán:
“Ojos que ven, corazón que se implica”
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