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Amor que se expresa en silencio


“Soñamos con días de mañana
que nunca llegan.
Soñamos una gloria
que no deseamos.
Soñamos un nuevo día
cuando ese día ya ha llegado.
Huimos de una batalla
en la que deberíamos pelear.”
E. E. Cummings

En una de las entradas a la iglesia de los Jesuitas de Pamplona se puede uno encontrar, antes de entrar al templo, una capilla de oración a la que resulta difícil no entrar. Allí la oración deja de ser un propósito y se hace irremediable, como irremediable es haber pasado antes frente a quién pide una “ayuda”.

Este domingo entré. Llegaba tarde a misa y no quise que la prisa profanara de mi mano la celebración. Así que entré en la desierta capilla intentando no hacer ruido. Estaba solo yo, aunque no era del todo cierto que estuviera  yo solo. Me acompañaba sin que él lo supiera, pues seguía en la puerta, aquel que un segundo antes me pidiera ayuda.

Y siendo cuaresma, como es, no puede evitar pensar en el pasaje del evangelio de Mateo: “Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme." (25,36-37)…  y la pregunta me surgió de las entrañas: ¿se puede reconocer a Dios sin reconocerlo en los demás, sobre todo en los más necesitados?...

El Evangelio que suelo tener presente no me daba mucho margen de maniobra, así que decidí acallar la desazón guardando silencio.

He de reconocer que si la pregunta me dejó inquieto, la visión del sagrario me fue transmitiendo serenidad. Poco a poco me fui sintiendo en paz. Sin juicios ni conjeturas, sin teologías ni argumentos… y ante la presencia misteriosa de Dios no puede evitar la cuestión: ¿se puede reconocer la grandeza de la humanidad, sobre todo en los más necesitados, si no es desde el misterio de Dios?…

Durante el día me acompañó la siguiente letanía: Dios, encarnado, misterio...

Con dos certezas terminé la jornada:

  • Nadie conoce al Padre sino el Hijo” (cfr. Mt. 11, 27).
  • ¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? (I Cor. 3,16)