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Elogio de la lentitud

“…quería vivir intensamente;
quería sacarle el jugo a la vida.
Desterrar todo lo que no fuese vida, para así,
no descubrir en el instante de mi muerte
que no había vivido”.
Henry D. Thoreau

No puedo evitar que me ocurra siempre lo mismo: la sensación agridulce cuando estoy terminando un libro junto a la intriga y el deseo de comenzar el siguiente. Es casi es un ritual la preparación de la nueva lectura: la elección del tema, conocer de antemano si hay una continuación (por ejemplo, si forma parte de una trilogía pendiente o ya editada), leer una breve biografía del autor… Gracias a internet, esto es sencillo.

El manuscrito pendiente queda entonces suspendido en el tiempo, a la espera, expectante… como yo, y me sumerjo con entusiasmo en el desenlace final que tengo entre manos. Sin pausa, pero sin ninguna prisa. De hecho el siguiente libro que leeré trata sobre la prisa, bueno… para ser más correctos, sobre la lentitud: ELOGIO DE LA LENTITUD de Carl Honoré.

La reseña que parece en “casadellibro.com”, es la siguiente:

“¿Por qué tenemos siempre tanta prisa?, ¿cómo se cura esa auténtica enfermedad que es nuestra actitud ante el tiempo? ¿Es posible, e incluso deseable, hacer las cosas con más lentitud? Vivimos en la era de la velocidad. El mundo que nos rodea se mueve con más rapidez de lo que jamás lo había hecho. Nos esforzamos por ser más eficientes, por hacer más cosas por minuto, por hora, cada día. Desde que la revolución industrial hizo avanzar al mundo, el culto a la velocidad nos ha empujado hasta el punto de ruptura. Esta obra rastrea la historia de nuestra relación cada vez más dependiente del tiempo, y aborda las consecuencias y la dificultad de vivir en esta cultura acelerada que hemos creado.

Apetecible, ¿vedad?...

Quiero, no obstante, cerrar esta atrevida recomendación con unos versos de José Mª Rodríguez Olaizola (sj), que expresan con lucidez el origen del deseo que me ha llevado a querer leer el libro que hoy sugiero.

A veces hay que esperar

A veces hay que esperar,
porque las palabras tardan
y la vida suspende su fluir.

A veces hay que callar,
porque las lágrimas hablan
y no hay más que decir.

A veces hay que anhelar
porque la realidad no basta
y el presente no trae respuestas.

A veces hay que creer,
contra la evidencia
y la rendición.

A veces hay que buscar,
justo en medio de la niebla,
donde parece más ausente la luz.

A veces hay que rezar
aunque la única plegaria posible
sea una interrogación.

A veces hay que tener paciencia
y sentarse junto a las losas,
que no han de durar eternamente.