Redes...

Ponerme a la intemperie para recuperar mi originalidad

Tintas y pinturas blancas (de remarque) sobre papel.
Maestro Wu Guanzhong
Somos lo que hemos vivido, no sólo posibilidad y futuro. El conjunto de decisiones tomadas, las experiencias vitales importantes y las aparentemente superficiales, los golpes que la vida nos ha impuesto y las caricias que nos ha brindado desde las manos de quienes nos han amado, los silencios rotos y mantenidos, las preguntas propias y ajenas, cada herida y cada aliento de esperanza, el tiempo que hemos dejado pasar y el que hemos vivido con intensidad, cada poro de nuestra piel expuesta… todo nos ha ido configurando.

Conocerse por tanto es un ejercicio de leer y releer la historia personal. Descubrir que lo que nos determina, al mismo tiempo, nos posibilita. Ser testigos de la luz que habita entre sombras… nuestras sombras… nuestra luz. Somos un hermoso misterio que suspira por ser desvelado, reconocido, asumido, abrazado, entregado…

Urge ir desnudando lo que somos, más allá de nuestros miedos, con la misma fragilidad y determinación que cuando éramos niños, con la misma capacidad de asombro.

Rasgar la corteza y podar aquello que entorpece a la sabia llegar a los frutos nuevos. Amar duele… amarnos duele…

Amar también es conocer, reconocer, asumir, perdonar… y lo que es más que perdonar: comprender. 

Amar es “morir a la vida”… a la vida…

_________________________________

Balbuceos del misterio. Un viaje a la experiencia humana.
Sandra Hojman. Ed. PPC

La liturgia del ciruelo

“En la casa hay un ciruelo.

Los dueños anteriores no le dieron mayores cuidados, y es así como fue recubriéndose de una masa de hongos y otros parásitos que lo han dejado gris, taponando sus poros por aquello que a lo largo de la vida se le ha ido adhiriendo. Se le ve entristecido, cargado con esa pesadez que no le pertenece, pero que se le ha ido haciendo carne. Sus frutos brotan y manchados por ese malestar al que parece condenado, y muchas hojas portan una marca oscura que dificulta la respiración nutricia.

Me dispongo a liberarlo.

Primero necesito reconocer la herramienta adecuada. Intento un rato con el cuchillo, pero resulta agresivo, aunque lo pase de canto con toda la suavidad que puedo. La espátula se dobla peligrosamente, y también la descarto.

Una piedra que no se rompa ante la dureza de los hongos ni lastime la corteza que busco recuperar. Cuesta un poco hallarla; destruyo un par y dejo algunas marcas en el árbol…
Una vez conseguido el instrumento comienza el ejercicio de mi propia habilidad: ir buscando un ángulo en el cual desprenda la capa de parásitos sin dañar demasiado el tronco. Mientras voy recorriendo la rama registro todo lo que a mí misma se me ha ido adhiriendo en estos años, costumbres y modos de relación, mañas, ritmos. Que no son míos. Las palabras que no me atreví a pronunciar y los silencios que no sostuve.

La traición a lagunas convicciones, decisiones que no tomé. Corajes que abandoné con el miedo de otros pegoteando en la espalda; y el temor de perderlo todo, sosteniendo cada retroceso. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si se pierde a sí mismo? Me resuena la pregunta mientras hinco el borde de mi piedra arranco uno tras otro los hongos invasores. Voy dejando a la vista las irregularidades del tronco, que parecía tan homogéneo tras el manto que lo escondía. Van haciéndose visibles sus vaivenes, su profundidad y sus alturas, la savia que asoma de antiguas cicatrices.


En algunos sectores salta la corteza, no puedo evitar la herida, dejo desprotegida la madera. Confío en que, con su propia dinámica, reconstruirá la cáscara, aunque durante un tiempo las destemplanzas del clima impacten más duramente. Y me arriesgo a hacer conmigo misma tarea semejante: despojarme de las capas que, lejos de preservarme, ahogan mi respiración, me constriñen, impiden que mi sangre fluya apasionada… Ponerme a la intemperie para recuperar mi originalidad.”