Imgen del artículo en The New York Times |
Una de las cosas buenas que tiene la tecnología es el acceso
a la información en tiempo real, y la posibilidad de conocer a personas o sucesos
que en otro tiempo hubieran pasado inadvertidos. El lector podría decirme que
el precio que se paga es alto pues cuanta más información más desinformación, y
estaría de acuerdo con con él, pero escrutar para encontrar lo bueno es una cualidad
humana nada desdeñable.
Así que este domingo, mientras “escrutaba” información en mi
tableta durante el desayuno, me topé con una reseña, que no me dejó indiferente, sobre el libro: “En
movimiento. Una vida”, autobiografía de Oliver Sacks, catedrático de Neurología
en la Facultad de Medicina de la Universidad de Nueva York, autor de otros
libros como “Despertares”, que fue llevado al cine.
Oliver Sacks murió el 30 de agosto de este año 2015. El
siguiente artículo que recojo se publicó en The New York Times y está traducido
por María Luisa Rodríguez Tapia.
Al leerlo me impactó su experiencia vital. Sobra decir que me
leeré su autobiografía…
“Hace un mes me encontraba bien de salud, incluso
francamente bien. A mis 81 años, seguía nadando un kilómetro y medio cada día.
Pero mi suerte tenía un límite: poco después me enteré de que tengo metástasis
múltiples en el hígado. Hace nueve años me descubrieron en el ojo un tumor poco
frecuente, un melanoma ocular. Aunque la radiación y el tratamiento de láser a
los que me sometí para eliminarlo acabaron por dejarme ciego de ese ojo, es muy
raro que ese tipo de tumor se reproduzca. Pues bien, yo pertenezco al desafortunado
2%.
Doy gracias por haber disfrutado de nueve años de buena salud y productividad desde el diagnóstico inicial, pero ha llegado el momento de enfrentarme de cerca a la muerte. Las metástasis ocupan un tercio de mi hígado, y, aunque se puede retrasar su avance, son un tipo de cáncer que no puede detenerse. De modo que debo decidir cómo vivir los meses que me quedan. Tengo que vivirlos de la manera más rica, intensa y productiva que pueda. Me sirven de estímulo las palabras de uno de mis filósofos favoritos, David Hume, que, al saber que estaba mortalmente enfermo, a los 65 años, escribió una breve autobiografía, en un solo día de abril de 1776. La tituló De mi propia vida.
Doy gracias por haber disfrutado de nueve años de buena salud y productividad desde el diagnóstico inicial, pero ha llegado el momento de enfrentarme de cerca a la muerte. Las metástasis ocupan un tercio de mi hígado, y, aunque se puede retrasar su avance, son un tipo de cáncer que no puede detenerse. De modo que debo decidir cómo vivir los meses que me quedan. Tengo que vivirlos de la manera más rica, intensa y productiva que pueda. Me sirven de estímulo las palabras de uno de mis filósofos favoritos, David Hume, que, al saber que estaba mortalmente enfermo, a los 65 años, escribió una breve autobiografía, en un solo día de abril de 1776. La tituló De mi propia vida.
“Imagino un rápido deterioro”, escribió. “Mi trastorno me ha
producido muy poco dolor; y, lo que es aún más raro, a pesar de mi gran
empeoramiento, mi ánimo no ha decaído ni por un instante. Poseo la misma pasión
de siempre por el estudio y gozo igual de la compañía de otros”.
He tenido la inmensa suerte de vivir más allá de los 80 años,
y esos 15 años más que los que vivió Hume han sido tan ricos en el trabajo como
en el amor. En ese tiempo he publicado cinco libros y he terminado una
autobiografía (bastante más larga que las breves páginas de Hume) que se
publicará esta primavera; y tengo unos cuantos libros más casi terminados.
Hume continuaba: “Soy... un hombre de temperamento dócil, de
genio controlado, de carácter abierto, sociable y alegre, capaz de sentir
afecto pero poco dado al odio, y de gran moderación en todas mis pasiones”.
No puedo fingir que no tengo miedo. He amado y he sido amado.
Sin embargo, hay una frase en el ensayo de Hume con la que
estoy especialmente de acuerdo: “Es difícil”, escribió, “sentir más desapego
por la vida del que siento ahora”.
En los últimos días he podido ver mi vida igual que si la observara desde una gran altura, como una especie de paisaje, y con una percepción cada vez más profunda de la relación entre todas sus partes. Ahora bien, ello no significa que la dé por terminada.
En los últimos días he podido ver mi vida igual que si la observara desde una gran altura, como una especie de paisaje, y con una percepción cada vez más profunda de la relación entre todas sus partes. Ahora bien, ello no significa que la dé por terminada.
Por el contrario, me siento increíblemente vivo, y deseo y
espero, en el tiempo que me queda, estrechar mis amistades, despedirme de las
personas a las que quiero, escribir más, viajar si tengo fuerza suficiente,
adquirir nuevos niveles de comprensión y conocimiento.
Eso quiere decir que tendré que ser audaz, claro y directo, y
tratar de arreglar mis cuentas con el mundo. Pero también dispondré de tiempo
para divertirme (e incluso para hacer el tonto).
He sido un ser sensible, un animal pensante en este hermoso
planeta.
No es indiferencia sino distanciamiento; sigo estando muy
preocupado por Oriente Próximo, el calentamiento global, las desigualdades
crecientes, pero ya no son asunto mío; son cosa del futuro. Me alegro cuando
conozco a jóvenes de talento, incluso al que me hizo la biopsia y diagnosticó
mis metástasis. Tengo la sensación de que el futuro está en buenas manos.
Soy cada vez más consciente, desde hace unos 10 años, de las
muertes que se producen entre mis contemporáneos. Mi generación está ya de
salida, y cada fallecimiento lo he sentido como un desprendimiento, un desgarro
de parte de mí mismo. Cuando hayamos desaparecido no habrá nadie como nosotros,
pero, por supuesto, nunca hay nadie igual a otros. Cuando una persona muere, es
imposible reemplazarla. Deja un agujero que no se puede llenar, porque el
destino de cada ser humano —el destino genético y neural— es ser un individuo
único, trazar su propio camino, vivir su propia vida, morir su propia muerte.
No puedo fingir que no tengo miedo. Pero el sentimiento que
predomina en mí es la gratitud. He amado y he sido amado; he recibido mucho y
he dado algo a cambio; he leído, y viajado, y pensado, y escrito. He tenido
relación con el mundo, la especial relación de los escritores y los lectores.
Y, sobre todo, he sido un ser sensible, un animal pensante en
este hermoso planeta, y eso, por sí solo, ha sido un enorme privilegio y una
aventura.”
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