El chileno
Julio Numhauser, músico y compositor con raíces judías, escribió "Todo
cambia" en 1982. Sería en Suecia, ese país que acogió a tantos exiliados
latinoamericanos y en el que se estableció, donde Numhauser compondría esta
canción, un himno para toda una generación de desheredados.
Este no es mi caso, pues me siento hijo de muchas
tierras que me han desheredado de melancolías y añoranzas. Aun así, de vez en
cuando, sobre los tejados de la ciudad levanto el vuelo como gaviota que mira
hacia el lejano horizonte...
Pero al tomar tierra, irremediablemente asevero en silencio…
Ajenas a la nostalgia de una única tierra, mis
raíces se expanden desde el desierto del Sahara hasta la tierra del misionero
universal Francisco, que tallada a golpe de fiesta –como inmortalizó Hemingway-
mira hacia el futuro con la bravura del toro noble.
Entre horizonte y orilla, espuma blanca y sal, campanarios
y mezquitas, se hunden mis raíces en la “Perla del Mediterráneo”.
Del norte de Marruecos conservan la memoria azul de
Chefchaouen, la sangre joven de Tetouan, y el palpitar de la vida en las venas
del zoco de Tanger con olores a especias y esperanzas arañadas por la pobreza.
Tienen mis raíces vocación de peregrinas, por ello aman
el silencio del caminante y susurran oraciones como el musgo compostelano.
Recias como la piedra de Rúa do Villar aspiran sin conseguirlo a la pobreza del
“poverello de Asís”… y retoman siempre el camino.
Raíz y camino…
Cambia, todo cambia, pero no el amor por “mis
tierras”….
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