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El olivo



Matilde M. rscj

Aquel día, muy temprano, Dios se despertó creando. Lo tenía todo: cielo, tierra, nubes, soles, estrellas, lunas, lagartos, tréboles de cuatro hojas, bueyes, los lirios del campo, amanecer, arco iris, montón de peces nadando, elefantes, mariposas…

Le faltaban las personas, y Dios se quedó pensando: “Mi imagen y semejanza… ¡Tengo ganas de crearlos!. Yo seré su: Compañero, su Padre bueno, su Hermano, su Amigo, también su Madre, su Maestra, su Enfermera…”. Y Dios se quedó pensando: ¿“Aprenderán a vivir como yo los voy soñando?
¿Aprenderán a quererme?
¿Aprenderán a quererse, que es lo mismo?
Necesitan un maestro muy cercano”.

“¡Ya está!” Tronó Dios con la tormenta. Y aplaudía con las nubes, tan contento y tan ufano, que los cielo se llenaban de luces y de relámpagos.

“Ya está, lo he encontrado! Voy a darles una ayuda, mi réplica cotidiana siempre la tendrán al lado”.

Y Dios se sentó en la tierra. A Dios le gusta crear sentado, como quien no hace las cosas, rodeado de las flores y las piedras y los pájaros. Dios, cuando crea, sonríe y el Corazón casi se le sale de emoción. ¡Lo que disfruta creando!

Aquel día se sentó, como ya dije, en un monte no muy alto. Un monte seco, más lleno de terrones que de tierra.

“Esto servirá”. Cerró los ojos y a medida que daba vida al olivo fue soñando. – “Vivirás cientos de años, Siempre joven, siempre verde… Como yo”.

- Calentarás los hogares. Tu madera, recia y fuerte, será fuego que alimente la vida de familias. Serás testigo de sus luchas cotidianas, de sus esfuerzos, amores y desengaños. Serás calor que sosiega, convocatoria de todos cuando sopla el viento helado. Te consumirás por ellos… Como yo”.

- “Un fruto desconcertante será el tuyo. Descubrirlo será un reto de ciencia y sabiduría. Engaña su primer bocado amargo, como la vida y la muerte, pero después de maduro, de triturado y molido, como la vida también, da su riqueza escondida, insondable, desmedida, inesperada y certera al mismo tiempo… Como yo”.

- “Tu aceite dará el sustento a mis hijos y a mis hijas. Será un alimento sano, nutritivo, saludable, por sabios recomendado para todas las edades. ¡El buen sabor de los guisos, ensaladas y gazpachos! Un toque sutil, sabroso que vigoriza y alegra… Como yo”.

- “¡No hay fiesta sin aceitunas!” –pensó Dios. Y se puso muy contento porque le encantan las fiestas.

“Estarás en la alegría de nacimientos y bodas, de santos y cumpleaños, de amigos que se reúnen. ¡Siempre en medio de la fiesta, del encuentro y del abrazo!... Como yo”.

- “Bálsamo de las heridas, lubricante contra roces y desgastes, mano izquierda que no hiere, suavidad, entendimiento. Unción en los sacramentos… Como yo”.

- Cuando llegue el duro invierno y oigas los villancicos, tus frutos estarán maduros. Entonces verás venir a mis hijas y a mis hijos. Dolor, sudor, sufrimiento de un trabajo mal pagado. Para recoger tus frutos se reunirán en cuadrillas. ¡Me gusta verlos unidos en un esfuerzo común! ¡Mi imagen y semejanza! Como yo con el Hijo y el Espíritu en el Amor y el dolor”.

“Y para que no falte nada una paloma en su pico te llevará por el mundo anunciando la bendición de la paz. La paz de dentro y de fuera, la que es fruto del esfuerzo, la que rehace familias y fronteras, la que presagia renacer de seres nuevos… Como yo”.

Se hizo un silencio largo. Las ardillas, las hormigas, las liebres, los osos pardos se callaron poco a poco ante el silencio de Dios. Y es que cuando Dios se calla… No sabemos lo que hacer. Pensaba en su Hijo amado, el Único, el Primogénito, el hijo del carpintero y de esa chica morena de un pueblo de Galilea.

“Cuando todos le abandonen vendrá a encontrarse conmigo al refugio de tu tronco”. Noche gris de luna llena. Noche santa de un Jueves de primavera. Huerto de olivos. Dolor, abandono y lucha. Preludio de salvación. Víspera de Pascua y Gloria.

“Cuando venga a refugiarse al abrigo de tu tronco te sentirás orgulloso de conocer a quien ama hasta el extremo de todo… Como yo”.

Cuando Dios abrió los ojos, el olivo estaba allí. Pequeño, recién nacido: “Soy la imagen cotidiana del Señor que me ha creado – repetía. Predicador silencioso, testigo de su vida y su hermosura, de la energía que nace del Corazón desbordado de quién no conoce límites”.

Desde entonces, el olivo pasa sus días y noches meditando lo que oyó a Dios aquel día mientras lo iban creando y se estremece de gozo. Por eso cuando lo miras, cuando pasas a su lado te repite en un susurro: “Soy su imagen cotidiana”.

Y el susurro de sus ramas te envuelve:
-         Como un aleteo suave
-         Como el soplo de la brisa en la mañana
-         Como la canción de un niño
-         Como el beso de una madre
-         Como Dios