Mis
queridos Javier, Pablo y Meryem…
Cuando
crezcáis os regalaré un cuento que os recomiendo
leer: “El principito”, de Antoine de Saint-Exupéry. Bueno, si he de ser sincero,
unos lo consideran cuento o cuento poético, otros afirman que es una novela
corta. Yo creo que las dos afirmaciones son correctas.
Aunque
fue publicado en abril de 1943 es de una vigencia absoluta. El libro no tiene
desperdicio alguno y sé que lo disfrutaréis como yo lo disfruté… como lo
volveré a disfrutar en posteriores lecturas.
A
continuación reproduzco el diálogo más conocido de esta obra: un relato sencillo
pero profundo a la vez… he inspirador.
Espero
que encontréis amigos de verdad y los cultivéis con esmero, pues son un bien
escaso que enriquecen nuestras vidas.
___________
Diálogo entre el
Principito y el Zorro
Entonces
apareció el zorro:
-¡Buenos
días! -dijo el zorro.
-¡Buenos
días! -respondió cortésmente el Principito que se volteó pero no vio nada.
-Estoy
aquí, bajo el manzano -dijo la voz.
-¿Quién
eres tú? -preguntó el Principito-. ¡Qué bonito eres!
-Soy
un zorro -dijo el zorro.
-Ven
a jugar conmigo -le propuso el Principito-, ¡estoy tan triste!
-No
puedo jugar contigo -dijo el zorro-, no estoy domesticado.
-¡Ah,
perdón! -dijo el Principito.
Pero
después de una breve reflexión, añadió:
-¿Qué
significa “domesticar”?
-Tú
no eres de aquí -dijo el zorro- ¿qué buscas?
-Busco
a los hombres -le respondió el Principito-. ¿Qué significa “domesticar”?
-Los
hombres -dijo el zorro- tienen escopetas y cazan. ¡Es muy molesto! Pero también
crían gallinas. Es lo único que les interesa. ¿Tú buscas gallinas?
-No
-dijo el Principito-. Busco amigos. ¿Qué significa “domesticar”? -volvió a
preguntar el Principito.
-Es
una cosa ya olvidada -dijo el zorro-, significa “crear lazos… ”
-¿Crear
vínculos?
-Efectivamente,
verás -dijo el zorro-. Tú para mí todavía no eres más que un niño igual a otros
cien mil niños. Y no te necesito. Tú tampoco me necesitas. No soy para ti más
que un zorro entre otros cien mil zorros. Pero si me domesticas, entonces
tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré
para ti único en el mundo…
-Comienzo
a comprender -dijo el Principito-. Hay una flor… creo que ella me ha
domesticado…
-Es
posible -dijo el zorro-, en la Tierra se ve todo tipo de cosas.
-¡Oh,
no es en la Tierra! -exclamó el Principito.
El
zorro pareció intrigado:
-¿En
otro planeta?
-Sí.
-¿Hay
cazadores en ese planeta?
-No.
-¡Qué
interesante! ¿Y gallinas?
-No.
-Nada
es perfecto -suspiró el zorro.
Y
añadió:
-Mi
vida es monótona. Cazo gallinas y los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas
se parecen y todos los hombres se parecen. Así es que me aburro un poco. Pero
si tú me domesticas, mi vida se llenará de luz. Reconoceré el sonido de tus
pasos que serán distintos de todos los demás. Los otros pasos harán que me
esconda bajo la tierra. Los tuyos, en cambio, me harán salir de mi madriguera
como una música ¡Mira! ¿Ves allá los trigales? Yo no como pan. Los trigales no
significan nada para mí y eso es triste. Pero tú tienes los cabellos color de
oro. Entonces, si me domesticas, será maravilloso, porque el trigo, que es
dorado, me hará recordarte. Y amaré el sonido del viento en el trigo…
El
zorro guardó silencio y miró detenidamente al Principito:
-¡Por
favor… domestícame! –dijo el zorro.
-Me
encantaría -respondió el Principito-, pero no tengo mucho tiempo. Tengo que
descubrir amigos y conocer muchas otras cosas.
-Sólo
se conocen las cosas que se domestican -dijo el zorro-. Los hombres ya no se
dan tiempo para conocer nada. Compran todo hecho en las tiendas. Pero como en
las tiendas no venden amigos, los hombres ya no tienen amigos. ¡Si quieres un
amigo, domestícame!
-¿Qué
debo hacer? -preguntó el Principito.
-Debes
tener mucha paciencia -respondió el zorro-. Al principio te sentarás un poco
lejos de mí, así, de esta manera, sobre la hierba. Te miraré de reojo y tú no
dirás nada. El lenguaje es fuente de malentendidos. Pero cada día podrás
sentarte un poco más cerca…
El
Principito volvió al día siguiente.
-Hubiera
sido mejor -dijo el zorro- que volvieras a la misma hora. Si vienes, por
ejemplo, a las cuatro de la tarde, desde las tres comenzaré a ser feliz. Y
cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro ya estaré
inquieto y preocupado; ¡y así, cuando llegues, descubriré el precio de la
felicidad! Pero si llegas a cualquier momento, nunca sabré a qué hora preparar
mi corazón… Los ritos son necesarios.
-¿Qué
es un rito? -dijo el Principito.
-Es
también algo demasiado olvidado -dijo el zorro-. Es lo que hace que un día sea
distinto de otros días, una hora, distinta de otras horas. Entre los cazadores,
por ejemplo, hay un rito. Los jueves bailan con las muchachas del pueblo. El
jueves salen a bailar con las muchachas del pueblo. Entonces el jueves para mí
es un día maravilloso, porque puedo ir de paseo hasta la viña. Si los cazadores
bailaran en cualquier momento, todos los días serían iguales y yo no tendría vacaciones.
Así
fue como el Principito domesticó al zorro. Y cuando se fue acercando la hora de
partir, el zorro dijo:
-¡Ay…
lloraré!
-Es
tu culpa -dijo el Principito-. Yo no deseaba hacerte daño, pero tú quisiste que
te domesticara.
-Por
supuesto -dijo el zorro.
-¡Pero
vas a llorar!
-Claro
que sí.
-¡Entonces
no has ganado nada! –dijo el Principito.
-Claro
que sí -dijo el zorro- Gané el color del trigo.
Y
agregó: -Ve a ver las rosas otra vez; comprenderás que la tuya es única en el
mundo. Luego vuelve para que me digas adiós y te regalaré un secreto.
El
Principito fue a ver las rosas.
-Ustedes
no se parecen en nada a mi rosa; no son nada aún –les dijo-. Nadie las ha
domesticado ni ustedes han domesticado a nadie. Son como era mi zorro: un zorro
parecido a miles de zorros. Pero yo le hice mi amigo y ahora él es único en el
mundo.
Las
rosas se sintieron molestas.
-Ustedes
son muy bellas, pero están vacías –les dijo el Principito-. Nadie daría la vida
por ustedes. Por supuesto que cualquiera al pasar podría creer que mi rosa se
les parece. Pero ella sola es más importante que todas ustedes juntas, porque
fue a ella a quien regué. Fue a ella a quien abrigué con un fanal y a quién
protegí detrás de un biombo. Porque por ella eliminé las orugas (salvo dos o
tres que se hicieron mariposas), y es a ella a quién escuché quejarse o
vanagloriarse y algunas veces hasta callarse. Porque es mi rosa.
Y
volvió donde el zorro:
-Adiós…
-dijo el Principito.
-Adiós
-dijo el zorro-. He aquí mi secreto. Es muy sencillo: sólo se ve bien con el
corazón. Lo esencial es invisible para los ojos.
-Lo
esencial es invisible a los ojos -repitió el Principito, para recordar.
-Es
el tiempo que has dedicado a tu rosa lo que la hace importante.
-Es
el tiempo que he dedicado a mi rosa… -repitió el Principito, para recordar.
-Los
hombres han olvidado esta verdad, pero tú no debes olvidarla –agregó el zorro-.
Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu
rosa…
-Soy
responsable de mi rosa… -repitió el Principito, para recordar.
Y
tendido sobre el césped lloró.
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