Recojo este artículo porque creo que es una buena crítica al mal uso que se puede hacer de las redes sociales, dónde muchas veces se está buscando… en lugar equivocado, de manera equivocada.
Un abrazo de 9 segundos
vale más, y es más beneficioso que 9000 “me gusta” en cualquier cosa que
hayamos subido a la red…
Busca a alguien para
compartirlo... el abrazo…
____
Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de
‘The Huffington Post’ y ha sido traducido
del inglés por Lara Eleno Romero.
“Somos la generación que no quiere relaciones”
Queremos una segunda taza de café para las fotos que subimos a Instagram
los domingos por la mañana, otro par de zapatos en nuestras fotos artísticas de
pies. Queremos poner en Facebook que tenemos una relación para que todo el
mundo pueda darle a “me gusta” y poner un comentario, queremos una publicación
digna del hashtag #parejaperfecta. Queremos tener a
alguien con quien ir de brunch los
domingos, con quien quejarnos los lunes, con quien comer pizza los martes y que
nos desee buenos días los miércoles. Queremos llevar acompañante a las bodas a
las que nos inviten (¿Cómo lo habrán hecho? ¿Cómo habrán conseguido un felices
para siempre?). Pero somos de la generación que no quiere relaciones.
Buceamos por Tinder
en un intento de encontrar a la persona adecuada. Como si tratáramos de hacer
un pedido a domicilio de nuestra alma gemela. Leemos artículos como Cinco
maneras de saber que le gustas o Siete
formas de gustarle, con la esperanza de ser capaces de moldear a una
persona para tener una relación con ella, como si de un proyecto de artesanía
que hemos visto en Pinterest se tratase. Invertimos más tiempo en nuestros
perfiles de Tinder que en nuestra personalidad. Y aun así no queremos tener una
relación.
Hablamos y escribimos mensajes
de texto, mandamos fotos o vídeos por Snapchat y tenemos conversaciones subidas
de tono. Salimos y aprovechamos la happy hour, vamos a tomar un café o a beber
cerveza; cualquier cosa con tal de evitar tener una cita de verdad. Nos
mandamos mensajes para quedar y mantener una charla insustancial de una hora
solo para volver a casa y seguir manteniendo una charla insustancial mediante
mensajes de texto. Al jugar mutuamente a juegos en los que nadie es el ganador,
renunciamos a cualquier oportunidad de lograr una conexión real. Competimos por
ser el más indiferente, el de la actitud más apática y el menos disponible
emocionalmente. Y acabamos ganando en la categoría el
que acabará solo.
Queremos la fachada
de una relación, pero no queremos el esfuerzo que implica tenerla. Queremos cogernos
de las manos, pero no mantener contacto visual; queremos coquetear, pero no
tener conversaciones serias; queremos promesas, pero no compromiso real;
queremos celebrar aniversarios, pero sin los 365 días de esfuerzo que implican.
Queremos un felices
para siempre, pero no queremos esforzarnos aquí y ahora. Queremos tener
relaciones profundas, pero sin ir muy en serio. Queremos un amor de campeonato,
pero no estamos dispuestos a entrenar.
Queremos alguien que
nos dé la mano, pero no queremos darle a alguien el poder para hacernos daño.
Queremos oír frases cutres de ligoteo, pero no queremos que nos conquisten…
porque eso implica que nos pueden dejar. Queremos que nos barran los pies,
pero, al mismo tiempo, seguir siendo independientes y vivir con seguridad y a
nuestro aire. Queremos seguir persiguiendo a la idea del amor, pero no queremos
caer en ella.
No queremos
relaciones: queremos amigos con derecho a roce, “mantita y peli” y fotos sin
ropa por Snapchat. Queremos todo aquello que nos haga vivir la ilusión de que
tenemos una relación, pero sin tener una relación de verdad. Queremos todas las
recompensas sin asumir ningún riesgo, queremos todos los beneficios sin ningún
coste. Queremos sentir que conectamos con alguien lo suficiente, pero no
demasiado. Queremos comprometernos un poco, pero no al cien por cien. Nos lo
tomamos con calma: vamos viendo a dónde van las cosas, no nos gusta poner
etiquetas, simplemente salimos con alguien.
Cuando parece que la
cosa empieza a ir en serio, huimos. Nos escondemos. Nos vamos. Hay muchos peces
en el mar. Siempre hay más oportunidades de encontrar el amor. Pero hay muy
pocas de mantenerlo hoy en día…
Esperamos encontrar
la felicidad. Queremos descargarnos a la persona perfecta para nosotros como si
fuera una aplicación nueva; que puede actualizarse cada vez que hay un fallo,
guardarse fácilmente en una carpeta y borrarse cuando ya no se utiliza. No
queremos abrirnos; o, lo que es peor, no queremos ayudar a nadie a abrirse.
Queremos mantener lo feo tras una portada, esconder las imperfecciones bajo
filtros de Instagram, ver otro episodio de una serie en vez de tener una
conversación real. Nos gusta la idea de querer a alguien a pesar de sus
defectos, pero seguimos sin dejarle ver la luz del día a nuestro auténtico yo.
Sentimos que tenemos
derecho al amor, igual que nos sentimos con derecho a un trabajo a jornada
completa al salir de la universidad. Nuestra juventud repleta de trofeos nos ha
enseñado que si queremos algo, merecemos tenerlo. Nuestra infancia rebosante de
películas Disney nos ha enseñado que las almas gemelas, el amor verdadero y el felices
para siempre existen para todos. Y por eso no nos esforzamos ni nos
preguntamos por qué no ha aparecido el príncipe o la princesa azul. Nos
cruzamos de brazos, enfadados porque no encontramos a nuestra media naranja.
¿Dónde está nuestro premio de consolación? Hemos participado, estamos aquí.
¿Dónde está la relación que merecemos? ¿Dónde está el amor verdadero que nos
han prometido?
Queremos a un
suplente, no a una persona. Queremos un cuerpo, no una pareja. Queremos a
alguien que se siente a nuestro lado en el sofá mientras navegamos sin rumbo
fijo por las redes sociales y abrimos otra aplicación para distraernos de
nuestras vidas. Queremos mantener el equilibrio: fingir que no tenemos
sentimientos aunque seamos un libro abierto; queremos que nos necesiten, pero
no queremos necesitar a nadie. Nos cruzamos de brazos y discutimos las reglas
con nuestros amigos, pero ninguno conoce el juego al que estamos intentando
jugar. Porque el problema de que nuestra generación no quiera relaciones es
que, al final del día, sí que las queremos.
Redes...