Estoy
leyendo estos días: “Amar se escribe contigo” de Javier Vidal-Quadras, y no he
podido evitar visitar el blog del autor: javiervidalquadras.com. Al hacerlo me
he topado con una página que se titula Fugazmente, y me ha "tocado la fibra”. Así
que, como no quiero dejar pasar esta buena sensación y los deseos que me ha despertado, recojo el
texto que puede leerse en su blog (recomiendo la visita).
A
continuación transcribo también uno de los capítulos del libro, por su sencillez
y revelación. No dice nada nuevo –para mí, al menos- pero reconozco que hay
mensajes que necesitan calar poco a poco en uno mismo, como el agua en la tierra, haciéndonos
caer en la cuenta de qué teníamos sed…
Pensamientos
no necesariamente originales
En
el momento del dolor más cruel puedes sentir también con la cabeza, pero
intenta por todos los medios no pensar con el corazón.
Ámala
como ella quiere ser amada. Si le amas como a ti te gusta, acabas amándote a
ti.
Lo
espontáneo es lo que sale sin esfuerzo. Lo auténtico es lo que tú quieres ser.
El reto: lograr que lo auténtico salga espontáneamente.
Solo
hay una persona sobre la que puedes influir para que las cosas cambien: tú
mismo.
Vive
hoy como si mañana fueras a morir y mañana como si hoy hubieras vuelto a nacer.
¿Nunca
has pensado en ‘rehacer’ tu vida de verdad, es decir, renacer sobre tu propia
biografía para reconquistar a aquellos a quienes un día decidiste amar?
El
misterio no es un enigma que haya que resolver, es una verdad que nos excede y
hay que respetar.
No
quieras ser la mejor versión de ti mismo, ni la peor, ni ninguna otra, que no
eres un suceso del que se puedan dar distintas versiones.
Nadie tiene lo que no da
Como
fundamento de la autoestima se suele invocar una frase de origen jurídico, que
se extrapola, a veces con poco cuidado, al ámbito emocional. Se dice que nadie da lo que no tiene (nemo dat quod non habet) para justificar
que nos dediquemos primero y preferentemente a nosotros mismos y, después, a
los demás, dando lugar a una concepción que podría enunciarse así: ámate a ti, porque sólo si te amas a ti
podrás dar a los demás el amor que tienes en ti, pues nadie da lo que no tiene.
Desde
luego, la regla tiene plena aplicación en el terreno jurídico, pues nadie puede
dar un bien o un derecho del que carece. Pero más es en el terreno de las
emociones, y no digamos en el del amor, que es mucho más que una emoción.
Me
atrevería a decir que, si de amores hablamos, nadie tiene sino lo que da. Porque en este terreno, la manera de
tener es dar, hasta el extremo de que el amor que no se da se marchita hasta
perder esa condición.
Sin
duda, un determinado nivel de autoestima es imprescindible, porque la ausencia
total o grave de autoestima puede incapacitar para el amor; pero, en
condiciones normales, no hace falta que nadie nos recuerde que hemos de amarnos
a nosotros mismos. Más bien se observa lo contrario, que nuestra sociedad
occidental es una sociedad saturada de «yo».
Ahora
bien, cubierto ese nivel, cuando se trata de amar a los otros, insisto, más que
dar lo que tenemos, tenemos lo que damos y perdemos lo que intentamos retener.
¿O no es verdad que el cariño que no se entrega, las caricias que no se dan, la
palabra que no sale de nuestra boca, la carta que no se escribe o el beso que
no se regala, nunca llegan a poseerse como actos de amor?
En
los actos suele darse una simultaneidad y un condicionamiento recíproco entre
posesión y entrega: para el amor en cuanto entregamos, y dejamos de poseer en
cuanto retenemos.
Por
otra parte, ¿quién dice que no se puede dar alegría desde la tristeza, serenidad
desde el dolor o paz desde la amargura, desde el profundo sufrimiento?
Quisiera
recordar una película que tuvo éxito comercial: La vida es bella se titulaba en
castellano, del director y actor italiano Roberto Benigni. Cuenta la historia
de una familia judía italiana que tras unos románticos años, es deportada a un
campo de concentración durante la ocupación nazi. En ella vemos a un padre que
logra dar a su hijo lo que él no consigue para sí en aquel infierno: esperanza
desde el desespero, serenidad desde la tribulación, fuerza desde la debilidad,
alegría desde la profunda tristeza y, en el momento final, vida desde la
muerte. Un padre "actuando" continuamente sin otra motivación que el
amor a su hijo.
¡Este
es el dinamismo propio del amor!: no dar solo lo que uno tiene, sino adquirir
lo que le falta a fuerza de darlo a los demás, porque los bienes del corazón se
adquieren antes y mejor dándolos que reteniéndolos.
En
el terreno del corazón, se puede iy se debe! dar lo que no se tiene, porque
solo dándolo se logrará poseerlo. Ese es el camino clásico para amar: no amarse
a uno mismo y autosugestionarse con que uno es un buen amante, sino comenzar a
realizar actos encaminados al amor, actos de entrega y donación de sí, pero
siempre por razón de otro olvidándose de uno mismo, porque, como recordó
Kierkegaard: la puerta de la felicidad no
se abre hacia dentro, se abre hacia fuera, hacia los otros.
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