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Imagínate que piensas


Transcribo el capítulo 12 del libro “Amar se escribe contigo”, de Javier Vidal-Quadras, no sólo porque mi mujer estará totalmente de acuerdo con ello si no porque me hace falta recordar una cosa y entender otra: la primera, que somos diferentes –vaya que lo somos-, y la segunda, que para cambiar no sólo hay que ser conscientes de qué hay que cambiar sino quererlo y ponerse a ello.

Lamento reconocer-me que soy de los que imaginan más que piensan. Esto supone una dura prueba para mi mujer que “piensa siempre en todo” y tiene que decidir la mayoría de las veces por culpa de mi cabecita desfragmentada.

Valga esta reflexión como reconocimiento sincero y agradecido a mi mujer, sin la que no sabría hacer casi nada, y lo extiendo a la mayoría de las mujeres.

Entono un “mea culpa” por asumirme demasiado fácilmente y no ponerme en su lugar para entender que tan importante como el reconocimiento de su valía es ponerme manos a la obra para cambiar lo que puedo cambiar y asumir lo que no... aunque asumirse tampoco resulta fácil.

Nota: Escribiendo esta introducción al siguiente texto de Javier Vidal-Quadras, no he podido evitar pensar en el libro: “Los hombres son de marte, la mujeres de Venus”, de John Gray. Recomiendo su lectura por cómo, de manera magistralmente simpática, acierta a reflejar las diferencias entre hombres y mujeres.  Las primeras entradas de este blog tratan sobre este libro.

Amarse se escribe contigo
Javier Vidal-Quadras

Imagínate que piensas

Asistí una vez a una conferencia muy interesante en la que un orador excepcional dedicó cuarenta y cinco minutos a analizar la diferencia entre pensar e imaginar. La tesis de la conferencia era sorprendente. Poco más o menos podría enunciarse así: en el ámbito doméstico y familiar, por lo común, las mujeres piensan y los hombres imaginan.

La distinción entre pensar e imaginar es más sutil de lo que parece. Los dos son actos de la inteligencia y los dos trabajan sobre el mismo material: la información, el conocimiento, que en el ser humano es custodiado por la memoria.

La diferencia radica en que mientras el pensamiento trabaja, o debería hacerlo, sobre una memoria intacta y recibe la información entera, la imaginación -o una modalidad de ella- suele hacerlo sobre una memoria fragmentada.

Al pensamiento le molesta trabajar sobre información errónea, incompleta o desfigurada porque le conduce al error, y eso le confunde, menoscaba y daña su propia naturaleza: lo propio del pensamiento es acertar, no errar.

Cualquiera que haya ocupado en su vida una posición que le exigiera tomar decisiones sabe que sin información no se puede decidir. Quizás habría que decir que no se debe decidir porque poder, lo que se dice poder, se puede -esto me recuerda la respuesta que dio aquel niño que estaba haciendo pipí en la acera al guardia que le amonestó y le dijo que no podía hacer eso: pues yo estoy pudiendo, contestó-; poder decidir sin información, se puede, decíamos, pero las posibilidades de acierto disminuyen notablemente. Sin información, la decisión queda casi en manos del azar. A veces no queda otro remedio. Hay que tomar la decisión ya, con la escasa información disponible, y uno lo hace, pero siempre hay un titubeo que deja un regusto de incertidumbre.

En cambio, a la imaginación le importa la verdad, realidad. Su hábitat natural es lo irreal fantasioso. ¡Claro que trabaja sobre la memoria! No se puede imaginar en el vacío. Para imaginar algo hace falta algún tipo de información previa: no es posible imaginar desde la nada. Sin embargo, la precisión, la exactitud de ese conocimiento previo no es importante. La más supina ignorancia de solfeo y de cualquier conocimiento musical no es obstáculo para que uno pue imaginarse a sí mismo dirigiendo la mejor orquesta filarmónica en el concierto más exitoso de la historia.

Pues bien, acontece a menudo que, como decía al principio, en el ámbito familiar, las mujeres piensan y los hombres imaginan.

Veamos un ejemplo:

Un amigo que tiene un precioso yate nos invita a navegar el próximo sábado.

 El marido, que es a quien se transmite la invitación, imagina: A ver… Los mayores han terminado exámenes esta semana, anuncian buen tiempo para el sábado, a mi mujer y a mí nos encanta navegar, hace tiempo que estos amigos. ¡Genial! Y acepta sobre la marcha la invitación, encantado de la vida.

Cuando llega a casa, su mujer no imagina, piensa: Tenemos un bebé de seis meses con otitis, este sábado hay catequesis de la Primera Comunión de Juan, hemos dicho a mis suegros que vengan a casa a comer para celebrar el  cumpleaños de Pepe, y María tiene partido e básquet por la mañana… Les has dicho que no podemos, ¿verdad?

La imaginación es muy traicionera. No es mala en sí, muchos proyectos empiezan por un sueño imaginado, pero como consejera deja bastante que desear.


Podríamos reflexionar sobre nuestra tendencia en lo doméstico: ¿pienso o imagino? Pensar esfuerzo. Hay que retener datos, acordarse de las cosas y estar atento a lo que sucede en casa y en la familia. Normalmente, hay uno de los dos que lo hace mejor. Tiene más facilidad para recordar los mil y un detalles de la vida familiar. No importa. Cada matrimonio debe encontrar su fórmula. Hay quien funciona bien viviendo en una cierta desinformación y secundando las decisiones de su mujer, o de su marido. Yo pienso que esta postura llevada al extremo acaba cansando un poco (y confieso que para mí es una tentación constante), pero no me meteré en casa de otros. Solo diré que, entonces, hay una regla ineludible que demasiadas veces se olvida: si has decidido imaginar en lugar de pensar, entonces no puedes tomar decisiones. No pasa nada, es una dinámica como otra cualquiera, pero, entonces, no puedes tomar ninguna decisión familiar sin consultar antes a tu cónyuge. Lo siento, es el precio de la  comodidad, porque a nadie se le oculta que imaginar es mucho menos exigente que pensar. Y diles a tus amigos que no nada que ver con ser un “calzonazos”.