A pesar de los años -más de los que me gustaría reconocer- recuerdo con claridad las palabras de mi profesor de Metafísica: “para dar con la respuesta necesitas hallar la pregunta adecuada”. Esto cobra especial relevancia en estos tiempos dónde la tecnología nos proporciona miles de respuestas en cuestión de segundos, sólo hace falta un terminal con acceso a internet.
Antes de seguir tengo que dejar claro que, como cristiano, no puedo disociar la búsqueda de la verdad de la búsqueda de Dios.
Antonio
Spadaro, en su libro: “Compartir a Dios en la red”, reflexiona con hondura en
esta cuestión –en un contexto de fe y tecnología-. No quiero “filosofear”
sobre cuestiones fundamentales, simplemente dejo por escrito las preguntas que
me ha suscitado su lectura, y transcribo la introducción del libro por cómo me
gusta la imagen de la brújula.
Preguntas
que no he podido evitar:
¿Cómo
trasmitir a las nuevas “tecno-generaciones” que para llegar a hacernos las preguntas
significativas, las fundamentales, se requiere no sólo un ejercicio de voluntad
y acción –búsqueda- sino además una actitud pasiva: parada, silencio, no-acción…?,
¿cómo enseñar a dejarse tocar por todo lo que nos rodea más allá de si es útil
o no?, ¿cómo reconocer los “verdaderos mensajes” en medio del enjambre de múltiples
respuestas?, ¿cómo dejar a Dios que sea Dios en medio de nuestras inseguridades
y miedos, más allá de nuestras necesidades?, ¿cómo hacer entender a un corazón que
callejea por las redes sociales que ya está en posesión de lo que más anhela?...
Introducción
del libro: “Compartir a Dios en la red” de Antonio Spadaro
Érase una vez la brújula, instrumento genial para orientarse en la geografía, inventada antiguamente por los chinos e introducida en Europa en el siglo XII. En aquellos tiempos el hombre contaba también con una brújula interior: lo atraía el mundo religioso como desde una fuente de sentido fundamental. Como la aguja de una brújula, el hombre se sabía radicalmente atraído hacia una dirección precisa, única y natural. Si la brújula no indica el Norte, es porque la brújula no funciona, no porque no exista el Norte. Dios era el Norte.
Después,
especialmente a partir de la época de la Segunda Guerra Mundial, el hombre
comenzó a utilizar el radar, que sirve para detectar y determinar la posición
de objetos fijos o móviles. El radar va en busca de su objetivo e implica una
apertura indiscriminada incluso a la señal más débil; no ofrece indicación de
una dirección precisa. Al tiempo que se desarrollaba este nuevo instrumento se
fue abriendo camino una nueva metáfora cultural en forma de pregunta: «Dios, ¿dónde
estás?». Se entendía en general al hombre como un buscador de Dios, de un
mensaje del que sentía una profunda necesidad: en ella se inspiran, por
ejemplo, Esperando a Godot y muchas
páginas de la gran literatura del siglo xx. El hombre se había convertido en un
“oyente de la palabra” -por utilizar una célebre expresión del teólogo Karl
Rahner, que implícitamente dio forma teológica a la metáfora tecnológica del
radar- que va en busca de un mensaje.
¿Y
hoy? ¿Tienen todavía validez estas imágenes? En realidad, aunque siguen vivas y
siempre verdaderas, las imágenes de la brújula y del radar tienen ya menos
fuerza. Hoy está más presente la imagen del hombre que se siente perdido si su
teléfono móvil no tiene cobertura o si su terminal tecnológico (PC, tableta o
smartphone) no puede acceder a alguna forma de conexión de red inalámbrica.
En consecuencia, hoy lo más importante no es tanto dar respuestas -¡todo el mundo da respuestas!-, sino, por el contrario, lo que importa es reconocer las preguntas significativas, las fundamentales. Y así lograr que en nuestra vida siga habiendo apertura, que Dios pueda todavía hablarnos.
Redes...