Recojo
esta “genial reflexión” de Pedro Sosa, en pastoralsj, porque no quiero perderme
su relectura cuando más adelante, como en otras ocasiones, sufra algún arrebato
de “realidad” mientras vuelo demasiado bajo. Gracias Pedro por la frescura de
unas palabras que estoy seguro serán inspiradoras para mis hijos el día de
mañana.
«Por
fin lo comprendes, amigo Sancho. A veces tenemos que agotar nuestros propios
pasos para poder mirar atrás y ver con otros ojos el camino andado.
Es
en ese momento en que vemos cerca el final, cuando ya sabemos que nuestra
presunta eternidad es una falacia, ahí es cuando quizás ya tarde, recuperamos
la mirada limpia del comienzo, esa misma mirada que nos ayuda a releer nuestra
historia con las proporciones justas de pasión y compasión.
Puedo
verlo en tus ojos, mi buen amigo. Ahora ya lo entiendes todo. Tú y yo desde
siempre fuimos reflejo de la dualidad de la naturaleza humana. Esa a la que,
por estar demasiado aferrada a la tierra o demasiado elevada en sus vuelos, le
cuesta toda una vida encontrar la altura adecuada desde donde percibir la
realidad en su justa medida. Tarea complicada, porque esa realidad está
fabricada, a partes iguales, de cordura y de ensueños.
Sólo
ahora, cercana ya mi muerte, podemos mirarnos a los ojos y ver más allá de lo
que siempre nos pareció evidente.
Hoy
ya conocemos con certeza el secreto de aquellos que dedicaron su tiempo y su
empeño a cambiar una realidad tantas veces ingrata y casi siempre injusta: no hay que ser extraordinarios para hacer
cosas extraordinarias.
No
hace falta un ejército numeroso. Pocas armas son necesarias. Sólo precisamos
oír a nuestro propio corazón y dejarnos llevar por sus mandatos.
Todo
gran reto no es más que la suma de muchos pequeños retos, asequibles para
cualquier alma de buena voluntad que vislumbra la necesidad de sumarse a la
mágica alquimia que transforma sueños y anhelos en la nueva realidad que
convocamos. La fórmula es sencilla y los ingredientes están a la mano:
voluntad, amor y deseo.
Hoy,
a fuerza de caminos y de luminosos tropezones, ya somos capaces de romper el
velo de la costumbre y de lo cotidiano.
Hoy
ya podemos darnos cuenta de que, detrás de aquella escena de derrota, había
mucho más que unos huesos magullados, una lanza rota y un orgullo maltrecho.
¡Ay,
mi buen amigo! Todos, incluido yo, pensábamos que había perdido la batalla, que
habíamos perdido todas las batallas. ¿Quién podría imaginar, Sancho, que sólo
así podríamos ganar la verdadera guerra? Porque sin darnos cuenta y a golpes de
descrédito, fuimos grabando a fuego, en todos los que supieron de nuestras
gestas, la olvidada y, a la vez, necesaria pregunta.
Una
pregunta que fue anidando en las mentes y los corazones de los hombres. Y así,
prendida en los entresijos del tiempo, de todos los tiempos, la pregunta se
hizo sitio y acomodo en esas mentes y corazones.
Oculta,
afilada, implacable, certera, sólida.
Inerte,
estática e inamovible.
Y,
sobre todo, mi buen escudero, latente. A la espera de que surgiera, de nuevo,
otro útero absurdo para ser devuelta a la vida de nuevo.
Sí,
querido amigo, el absurdo. El único camino transitable para el caballero que un
día de locura decidió luchar y defender lo evidente ante el resto de los
hombres: lo que fuimos, o pudimos ser y nos negamos a ser al día siguiente, un
día parecido a este día.
La
injusticia, que también parece eterna, y el dolor de los más débiles, es lo que
sigue empapando, como el agua, la semilla oculta que fue nuestra herencia, pero
que a la vez también es legado para los que vienen. Quiera Dios, y nosotros
trabajemos, para que esa semilla germine y muestre toda la potencia que siempre
tuvo en sí: alma y vida para este mundo nuestro.
Todos
lo sabrán entonces, Sancho.
Todos
aquellos que ofrezcan su tiempo, su patrimonio, sus labores y sus sinsabores,
para intentar arrimar este nuestro presente, maltrecho y mal compuesto, a esas
utopías que los antiguos soñaron, entenderán que, como nosotros, deberán perder
muchas batallas para ganar finalmente la guerra. Y no hay guerra que la Guerra
de la Conciencia.
Construirán,
como buenos y nobles hidalgos, un presente amable desde el futuro antiguo que
sueñan. Y quiera Dios que, el poco tiempo ocioso que les reste, lo empleen en
aprender a volar pandorgas y cometas… velas al viento para un tiempo nuevo.
Descubrirán
cuál es la pregunta que nos salva, la que nos mueve, la que es simiente y
placenta de toda revolución: ¿Son
sólo molinos?... ¿Realmente son sólo molinos de viento?»
Pedro
Sosa,
Testamento
del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha
0 comentarios:
Publicar un comentario