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La Iglesia “a corto plazo”


¿Por qué recojo este reportaje de José Lorenzo sobre la Iglesia?... Porque es de una vigencia absoluta y describe con mucha lucidez la situación actual de las iglesias diocesanas… casi “al borde” de lo que nos delimita dentro, pero dentro…

Se pueden discutir algunas cuestiones, pero eso es ya de por sí positivo pues significaría que nos sentimos implicados y lo prefiero a la dejadez o indiferencia. Lo que nos importa duele y a mí me duele mi Iglesia, de la que formo parte: con su pecado, que es el mío, y con su “gracia” de la que formo parte aun cuando no la merezco.

Pero yo, sobre todo, me atengo a la esperanza que brota de la acción del Espíritu Santo más allá de los argumentos y razones.

Los derechos de autor
de este reportaje pertenecen a
JOSE LORENZO
Revista Vida Nueva nº 3071


De la Iglesia de hoy saldrá también esta vez una Iglesia que ha perdido mucho. Se hará pequeña, deberá empezar completamente de nuevo. No podrá ya llenar muchos de los edificios construidos en la coyuntura más propicia. Al disminuir el número de sus adeptos, perderá muchos de sus privilegios en la sociedad. Se habrá de presentar a sí misma, de forma mucho más acentuada que hasta ahora, como comunidad voluntaria, a la que solo se llega por una decisión libre. Como comunidad pequeña. Habrá de necesitar de modo mucho más acentuado la iniciativa de sus miembros particulares. Conocerá también, sin duda, formas ministeriales nuevas y consagrará sacerdotes a cristianos probados que permanezcan en su profesión: en muchas comunidades pequeñas, por ejemplo en los grupos sociales homogéneos, la pastoral normal se realizará de esta forma”.

Antonio Ávila, director del Instituto Superior de Pastoral en Madrid, levanta un instante los ojos del papel que ha traído. Se le ha preguntado cómo imaginaba  la Iglesia de 2050. Y prosigue la lectura: “Será una Iglesia interiorizada, sin reclamar su mandato político y coqueteando tan poco con la izquierda como con la derecha. Será una situación difícil. Porque este proceso de cristalización y aclaración le costará muchas fuerzas valiosas. La empobrecerá, la transformará, en una Iglesia de los pequeños”. El sacerdote termina la lectura y le entrega el papel a su interlocutor. “Esto decía el teólogo Joseph Ratzinger en 1973, en su libro Fe y futuro, lo que venimos viviendo hasta hoy día.

Aunque hay que añadir que, desde la máxima autoridad de la Iglesia, se ha intentado ignorar, paliar o compensar con actos masivos -como las JMJ-o con ponerse en las manos de los movimientos, pensando que por ahí iba la salvación", añade este doctor en Teología Catequética y psicólogo.

No oculta Antonio Ávila que "estamos en un tiempo de transición difícil, doloroso, con tensiones y complicaciones". Y, como si mirase al trasluz la radiografía del cuerpo eclesial, va desgranando sus males: "La Iglesia, efectivamente, ha disminuido y perdido efectivos, muchas parroquias están claramente envejecidas, la transmisión de la fe a las nuevas generaciones se ha vuelto cada vez más difícil, la incorporación de cristianos militantes, conscientes y comprometidos, no es tarea fácil; el clero ha disminuido y envejecido, las nuevas generaciones de curas se han convertido muchas veces más en funcionarios del culto que en pastores de la comunidad; no hemos avanzado en la corresponsabilidad; el de la mujer es un tema pendiente; el laicado vive aún en una Iglesia muy clericalizada..."

El diagnostico, pues, parece grave. ¿Tendrán razón quienes vislumbran con indisimulada esperanza el fin de la religión? ¿Tiene los días contados en países como España o, en general, en toda Europa, donde las raíces cristianas se topan con una secularización galopante, a veces con un laicismo combativo, y, en todo lugar, con una tecnificación que procura un bienestar material que, en primera instancia, no necesita de Dios?  "Dicho esto -recupera la argumentación Avila-, tenemos por delante un futuro muy prometedor. Y es que, siendo cierto todo lo anterior, también lo es que los cristianos vamos siéndolo cada vez más conscientemente; que si nos mantenemos en la Iglesia no es por rutina, sino como opción, que muchos de los que hoy vivimos dentro de la Iglesia tenemos una conciencia de ser una comunidad que no va buscando el poder, sino el servicio a una sociedad tocada de mucho individualismo, soledad y falta de sentido.

Por ello, "en este tiempo de contradicciones", este sacerdote madrileño, de cara a esa Iglesia de 2050, invita a "tomar conciencia de que el futuro pasa por pequeñas comunidades de cristianos que han personalizado su fe y en donde se han generado espacios de responsabilidad y participación". Pero, al contrario que otros llegados a este punto, el director de este centro académico de la Universidad Pontificia de Salamanca asegura que "el futuro no es del laicado; tiene que ser de todos. Y eso supone que laicos, sacerdotes y religiosos tenemos que desclericalizarnos, ser conscientes de que la Iglesia, cada vez más, va a tener pluralidad de ministerios y que estos se van a vivir -incluso los ordenados- de manera muy diferente".

A partir de esta reflexión, las intuiciones del profesor vienen con cargas de profundidad adosadas que, de materializarse, marcarían un nuevo antes y después en la vida de la Iglesia. Porque, siendo novedoso, no es nuevo. "Igual que sucede en la Vida Religiosa, los sacerdotes tenemos que perder el miedo a ser pocos, porque entonces bajamos mucho los listones de discernimiento en la acogida y, con todo cariño y respeto, corremos el peligro de acoger a bichos raros en los seminarios, y eso se paga muy seriamente, como hemos visto en el último viaje del papa a Chile".

"Igual tenemos que ser pocos y preguntamos muy seriamente si el celibato no tiene que ponerse en revisión. El celibato tiene un valor que es ser absolutamente libres para el servicio a la comunidad. Igual el Espíritu nos está diciendo que, cuando hay tantas dificultades para ministros célibes, tendríamos que volver a otra situación de la Iglesia donde también se ordenaban sacerdotes casados. Es más, dentro de la Iglesia católica, en los ritos orientales hay la posibilidad de ordenar “viri probati”, y esto no sería más que restaurar algo que ya ha habido, que hay dentro de la Iglesia católica", arguye Antonio Ávila, para apuntar una de las fórmulas para que muchas comunidades pudiesen volver a tener presbíteros presidiendo las eucaristía.

Aquí, por supuesto, aparece el papel de la mujer. ¿Habrá mujeres sacerdotes en esa Iglesia del futuro? "Probablemente esto ya no lo veré yo, pero no vendría mal que fuéramos preparando el terreno", señala Antonio Ávila, quien invita "a abrir una reflexión seria y profunda -que el Papa la ha comenzado ya -sobre los ministerios ordenados en la mujer.  El primer paso más sencillo es el que se está empezando a plantear muy tímidamente: la ordenación de las mujeres para ser diaconisas. Es un tema menos problemático, pues sería restaurar algo que ya obtuvo la primera Iglesia, y que está perfectamente datado históricamente. Más complicación tiene la ordenación para el presbiterio de las mujeres, pero ya tenemos otras Iglesias que han dado el paso. Y si uno va a la catedral de San Pablo, en Londres, y se encuentra con una eucaristía presidida por una presbítera, personas con las mismas categorías culturales que yo, o muy parecidas, lo ven como normal". Por ello asegura que, "pasadas las dificultades de un primer momento, no tendría que haber mayores problemas".

"Si miro el futuro con las rutinas asumidas hasta el presente, lo vislumbro negro muy negro, como el que ya es casi una triste realidad en los Países Bajos: una Iglesia residual y en liquidación, que, primando reorganizaciones pastorales en función de los curas existentes o previsibles y olvidando la promoción de comunidades corresponsables y misioneras, se encuentra sumida en una elefantiasis institucional. Si, por el contrario, lo miro atendiendo al inédito que todavía es viable, diviso un resto bastante alentador como el que se atisba, por ejemplo, en otras Iglesias que, como la de Poitiers, apostaron en su día por promocionar comunidades corresponsables, sinodales y misioneras, sin agobiarse por que fueran muchas o pocas, o si tenían que estar formadas por jóvenes o por personas entradas en años, sino cuidando, sobre todo, que su adhesión a las mismas fuera libre y responsable y, por ello, capaces de contagiar y ser significativas en el mundo".

Es el diagnostico de Jesus Martínez Gordo cuando mira el futuro de la Iglesia en España. Dos modelos que, estima, en nuestro país, es posible que se mezclen. Pero este sacerdote de la Diócesis de Bilbao invita "a dejar de lamentarse" y "a caminar hacia delante, mirando la creatividad de las comunidades de primera hora"

Hay que ponerse las pilas -afirma enérgico este profesor de la Facultad de Teología de Vitoria-Gasteiz y del Instituto Diocesano de Teología y Pastoral de Bilbao- y, allí donde todavía no se esté haciendo, impulsar equipos ministeriales de laicos que comiencen a responsabilizarse de la evangeliza de la celebración de la fe, de la caridad y de la justicia y del gobierno de sus respectivas comunidades. Y acompañarlos debidamente".
Martínez, a la par, estima que será necesario "un nuevo perfil de presbítero, preferentemente, célibe, itinerante, como los primeros apóstoles, que cuide la comunión entre las comunidades, que promueva la misión y que vaya reubicando la celebración sacramental, incuestionable hasta ahora y tenida por la más importante en un régimen de 'sacralizada' cristiandad que ya ha acabado o a cuyo final estamos asistiendo"

Nuevos pastores.
Por supuesto, este sacerdote vasco da por hecho que se habrá abierto la via de los viri probati. Y le gustaría un sínodo dedicado a la viabilidad teológica y pastoral -tal y como propuso hace unos años Joseph Moingt - sobre el sacerdocio ad casum o ad tempus. "Sin olvidar, obviamente, el acceso de las mujeres al diaconado como puerta que deja expedito su camino que pronto! -al presbiterado e, incluso, ¡quién sabe!, al episcopado.

Esta andadura hacia la lglesia de mediados del siglo XXI necesita también, en opinión de este teólogo, de un nuevo perfil de obispos que la lideren. En este sentido, "y me duele tanto reconocerlo como decirlo, en tiendo que urge una conversión episcopal y, cuando no sea posible, su renovación o jubilación anticipada para que la Iglesia de nuestros días pueda activar el inédito que todavía es viable y no acabar en la desertificación que, como he indicado, asola a las Iglesias de los Países Bajos"

¿Ayudará a esta "reconversión episcopal la descentralización que ha comenzado Francisco y sus llamamientos a un nuevo estilo de pastor con olor a oveja? A Martínez Gordo así le gustaría, dice. Y constata "algún movimiento prometedor, adjudicando mas protagonismo a las conferencias episcopal es en el caso de las traducciones litúrgicas, pero no veo que se desmonte el motu proprio Apostolos suos, de Juan Pablo II -una auténtica desgracia para un gobierno eclesial colegial y corresponsable-, y tampoco veo movimientos en lo referente a la elección pactada con las diócesis de los obispos. No me gusta que un papa siga actuando como una especie de súper obispo del mundo, aunque, por el momento, no le quede más remedio.

Frente a ello, anima a abordar con urgencia "la conversión del papado y la forma de gobierno no solo en el Vaticano, sino también en las Iglesias locales sobre la base de que todos los bautizados participan, como recuerda Lumen gentium; no solo en el servicio de santificación o de docencia, sino también en el de gobierno. Y que lo hagan no como colaboradores de los sacerdotes, sino como bautizados en Cristo". Y añade, acto seguido, que "una reforma de Curia que no llegue o permita revisar e impulsar estos y otros asuntos, corre el riesgo de ser papel mojado o simple reparto de las áreas de influencia en la cúpula. Tengo la esperanza de que no sea así.

Hondura evangélica.
"Me imagino una Iglesia socialmente menos relevante, pero con comunidades pequeñas poderosamente más significativas por su hondura evangélica. Una Iglesia menos preocupada por lo estructural e institucional y más ocupada en la experiencia de fe: menos interesada por los números y la pertenencia jurídica y social, y más comprometida y desvelada por la conversión del corazón de los que la habitamos. Me gusta imaginar una Iglesia libre de narcisismos, clericalismos o jurisdicismos; una Iglesia con más pastores y más líderes más místicos que mediáticos". Así vislumbra la religiosa Mari Carmen Alvarez, hvd, nuestra Iglesia dentro de tres décadas. En ella, "atrincherados en sus comunidades y blindados por sus decálogos", persisten "pequeños grupos fuertemente identitarios". "Como ves, nada nuevo", señala esta Hija de la Virgen de los Dolores. Salvo que será otra la Vida Religiosa que acompañe a esta Iglesia "con una pastoral de minorías, en minorías y para minorías".

Es más que consciente esta religiosa de la dificultad para relevo generacional que afronta la vida Religiosa. Pero no cae en alarmismos. "A las congregaciones les pasa como a la energía: que no se crea ni se destruye, sino que simplemente se transforma.

Ella ya ve "nuevos brotes desgajándose de viejos troncos. No sé si son nuevas formas con nuevos fondos o simplemente nuevas ropas... El tiempo nos dirá". Lo que sí tiene claro es que "el Espíritu seguirá creando y alentando cosas nuevas", de donde nacerá otra forma de Vida Religiosa, con otras características. "Aunque aún hay mucha vida y mucho bueno en esta, si creo que la Vida Religiosa, tal y como nosotros la concebimos, tiene sus capítulos contados. Ella imagina una Vida Religiosa "mucho más ligera de equipaje, de estructuras y ropajes, y me gusta pensarla más libre, escandalosamente libre". Eso sí, sus nuevos "estilos y formas" hay algo que no podrán tocar: "Su esencia constitutiva y única: Jesús, el Señor. Y teniendo siempre clara su referencia, Jesús, su misión seguirá siendo la misma: desvivirse sirviendo a los hermanos.

Cuando mira la Iglesia de 2050, y después de encomendarse más que nunca para ello al Espíritu Santo, Dolores Loreto García Pi, presidenta del Foro de Laicos, fija su mirada, curiosamente, tan solo a ocho meses vista. "En octubre de este año tendrá lugar un acontecimiento muy importante para la Iglesia: el Sínodo sobre los jóvenes. Ellos serán los adultos de 2050. A tenor de lo que ellos piensan y han expresado de cara a esta asamblea sinodal, vislumbro una Iglesia cercana, sencilla, acogedora, abierta al mundo y en escucha, actualizada y creativa en las formas y en los lenguajes, austera, con propuestas claras y, al mismo tiempo, sabedora de su propia vulnerabilidad; una Iglesia más familia, más unida, seguramente también más minoritaria, donde se dé prioridad al testimonio y se transmita la alegría de la fe… En resumen, una Iglesia cada vez más unida a la fuente, es decir, Jesucristo"

¿Una Iglesia donde los laicos hayan tomado conciencia de su papel y se les tenga en cuenta? Existe una progresiva toma de conciencia, un crecimiento en la corresponsabilidad que, a nivel intraeclesial, camina en paralelo al reconocimiento efectivo de su propia dignidad y a la promoción de su participación activa en organismos colegiados, consejos, etc. Es un camino de crecimiento que tenemos que hacer toda la Iglesia junta", afirma.

Esta toma de conciencia no puede, sin embargo, eternizarse. La falta de vocaciones esta ahí. En diez años, habrá diócesis con dificultades para atender a sus parroquias. Pero estas luces rojas no la despistan. "El papel del laico no depende del número más o menos elevado de vocaciones, sino del redescubrimiento de la Iglesia como Pueblo de Dios, formada por todos, obispos, sacerdotes y miembros de la Vida Consagrada", afirma.

En todo caso, esta situación, que no deja de ser alarmante, exige, sin lugar a dudas, ahora mismo y no dentro de diez años, que se dé un crecimiento en la comunión. Los laicos tenemos que asumir esta dificultad y dolor como propios y, como en una familia, apoyar para que la situación sea más llevadera, mientras que los sacerdotes tendrán que estar dispuestos a dejarse ayudar y ceder tareas y responsabilidades".

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