Desde
hace tiempo colecciono relojes de bolsillo, pues tienen un encanto que no encuentro
en los relojes modernos y normalmente llevo uno conmigo.
Pues
bien, hace unos días me detuve ante el escaparate de una tienda de antigüedades
y no puede evitar fijarme en un reloj de bolsillo saboneta de doble tapadera de
1818. Entré para verlo, simplemente para verlo, pues era asombroso su estado de conservación. Observé
por un momento la belleza de las manecillas tipo breguet, tan sencillas y
elegantes, y cuando ya estaba dispuesto para cerrarlo caí en la cuenta de una
inscripción en el interior de la tapa: “memento vivire”. Es curioso, porque
estas inscripciones se suelen encontrar en antiguos relojes de sol: “Acuérdate
de vivir”.
Dudo
mucho que la inscripción corresponda con la fecha del reloj. Estoy seguro que
es posterior pero eso da igual pues allí estaba cumpliendo su propósito:
hacerme pensar, por un momento, sobre mi vida.
Salí
despacio de la tienda, sumergido en mis pensamientos, mientras sentía algo de vértigo al
ser consciente de la fugacidad de la vida. Aunque, si he de ser sincero, he
intentado vivirla a fondo y en muchas ocasiones lo he conseguido. No obstante,
cuando se mira hacia atrás, a uno le da la sensación de que el tiempo vuela; así
se recuerda en algunos relojes de pared: “tempus fugit”.
Asumo
el paso inexorable del tiempo y acepto la fugacidad de mi vida, eso sí, lo hago
de la mano del niño que nunca he dejado de ser. Hubo un tiempo en que
decidí, en lo más profundo de mi ser, que no dejaría que el paso del tiempo me
arrebatara toda la inocencia, la confianza, la pasión, la ilusión y los sueños
del niño que un día fui. Puede
que por eso me resulten entrañables, más que nunca, las palabras de Jesús
de Nazaret cuando dijo a sus amigos: “Yo os aseguro: sino cambiáis y os hacéis
como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos”.
Soy
consciente que el tiempo va forjando nuestro ímpetu haciéndonos más precavidos;
que las fuerzas ya no son las mismas; que hay más temores que al principio; que
la vida se ha ido convirtiendo, poco a poco, en un reto y no en permanente
posibilidad…
Pero si la vida es un reto: ¡Afrontémoslo con audacia y cierta inocencia! para poder decir en la recta final como
Robín Willians: “Fui a los bosques porque
quería vivir a conciencia, quería vivir a fondo y extraer todo el meollo a la vida,
y dejar a un lado todo lo que no fuese vida, para no descubrir en el momento de
mi muerte, que no había vivido”
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