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Por todo ello… ¡Feliz Año Nuevo!



Por cada herida que se transformó en surco para semillas nuevas; por cada sombra que terminó realzando más la luz; por cada soledad que propició el encuentro: conmigo mismo, con los otros, con Dios; por cada error que me hizo aprender lo que debía y no dejó que pusiera toda la confianza en mí mismo; por cada hombre y mujer que me enseñó que creer es verbo y no ideología; por cada sueño roto que me liberó de lastre para alzar más el vuelo y ver mejor; por cada despedida que me enraizó más a la vida; por cada lágrima que terminó regando mi tierra sedienta; por cada silencio que me llevó de la mano al diálogo profundo; por cada derrota en terreno propio que me hizo más fuerte; por cada herida en terreno ajeno que me exigió ser más humilde y dar lo mejor de mí; por cada miembro de la familia que no encuentra razones para cruzar el umbral de mi casa, porque ello me da razones para mantener abiertas puertas y ventanas; por cada frontera, por cada patera, por cada emigrante... porque me hacen entender que no tengo razones para desesperar y que se espera de mí lo que no me pertenece.

Por todos aquellos que me han amado, sobre todo cuando no creía merecerlo, porque ello me ha redimido; por un Dios que no se rinde conmigo, haciendo de mi historia personal historia de salvación (con todo lo que en ella hay); por los amigos que mantienen viva la raíz a pesar de la distancia y el tiempo; por aquellos que fueron quedando a la vera del camino -por la razón que sea- porque siguen formando parte de lo mejor de mí; por cada reto que surge y me zarandea la pereza y la indolencia; por cada misionero y misionera que se me ha cruzado en el camino, porque me han transmitido esperanza en la humanidad y fe más allá de los templos; por cada amanecer y puesta de sol que hizo que me estremeciera ante la belleza de la creación...

… por ese niño interior que nunca me abandonó, porque me hace entender que no todo es tan complejo, que perder no es tan malo (más aún, que jugar a ganar, a veces, es perder de antemano), que la mejor manera de exigirle al otro es exigiéndose a uno mismo, que hacer daño -y que te lo hagan- es inevitable pero merece la pena correr el riesgo, que hay que tomarse en serio sólo lo que merece la pena ser tomado en serio, que la mejor manera de conseguir una sonrisa es sonreír primero, que los abrazos sanan y rompen cadenas; que la felicidad es una actitud ante la vida y no depende de conseguir nada, que hay que poner todo lo que uno es en todo lo que uno hace, que quien no está un poco loco no es tan cuerdo como cree y que son los sueños, los horizontes y las esperanzas -y no las buenas razones- lo que hace que cambiemos lo que hay que cambiar, que no hay que calcularlo todo para que funcione y que el tiempo de hacer las cosas es ahora -ni ayer, ni mañana- ahora; que donde está tu corazón está tu tesoro y no hay mayor tesoro que el que se comparte, que sin esfuerzo y dificultad no se valora lo alcanzado, que la bondad te hace fuerte y no débil, que hay que agradecerlo todo, incluso lo conseguido con sacrificio... y que sin mal tiempo no se podría saltar en los charcos. 

Por todo ello… ¡Feliz Año Nuevo!

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