“Sólo
la soledad nos derrite esa espesa capa de pudor que nos aísla a los unos de los
otros; sólo en la soledad nos encontramos; y al encontrarnos, encontramos en
nosotros a todos nuestros hermanos en soledad. Créeme que la soledad nos une
tanto cuanto la sociedad nos separa. Y si no sabemos querernos, es porque no
sabemos estar solos…
…
En la soledad, y sólo en la soledad, puedes conocerte a ti mismo como prójimo;
y mientras no te conozcas a ti mismo como prójimo, no podrás llegar a ver en
tus prójimos otros yos. Si quieres aprender a amar a los otros, recójete en ti
mismo”.
Miguel
de Unamuno; Soledad,
Primera edición de la Colección Austral 1946.
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Como
toda realidad humana la soledad es ambivalente. Esto es, puede ayudarnos a
encontrarnos con nosotros mismos, con los demás y hasta con Dios -o “lo trascendente”-
o puede, por el contrario, encerrarnos y apartarnos de todo y de todos. Así es
nuestra naturaleza.
Corren
tiempos en que se nos advierte, por un lado, que "la soledad es la
epidemia de este siglo" o, por otro, que cuanto más tiempo utilicemos las
redes sociales, más probable es que nos sintamos socialmente aislados. Pero, al
mismo tiempo, surgen voces como las de Michael Harris, en su libro: Solitud,
que nos animan a vivir esa soledad que es encuentro profundo e inspirador.
Puede
que el punto de inflexión en todo esto lo marque una deferencia sencilla pero
rotunda: si elegimos estar solos o si la soledad se nos impone. La primera es
necesaria como preparación para el encuentro o el desarrollo de nuestra
creatividad; la segunda nos aísla y empobrece, hasta el punto de poder destruirnos. Dicho esto, me atrevería a decir que sin la primera es muy difícil
intuir y abordar la segunda, ya que –como dijo Unamuno- puede que sea verdad
que “si no sabemos querernos es porque no sabemos estar solos”.
Solitud.
Hacia una vida con sentido
en un mundo frenético;
Michael Harris; Ed. Paidós.
Prólogo
CADA
VIDA TIENE SU RITMO. Para casi todas las criaturas del planeta, ese ritmo
refleja una continua negociación entre el cuerpo y su periferia, entre el ser y
el entorno. Hay un tiempo para descansar, un tiempo para cazar, un tiempo para
cortejar, un tiempo para esconderse. En el caso de los seres humanos, sin
embargo, la cuestión se complica. Puesto que tenemos la capacidad de modificar
el entorno mediante leyes y costumbres, sistemas políticos y económicos, y,
sobre todo, tecnologías, también podemos regular el ritmo de nuestras vidas.
Eso,
al parecer, es un arma de doble filo. Por una parte, nos libera de las garras
de la necesidad. Por otra, con frecuencia entramos en una dinámica cotidiana
que no nos sirve de gran cosa o va contra nuestros intereses. Llenamos los días
de actividades que nos proporcionan placeres fugaces y ventajas esporádicas que
nos producen ansiedad o insatisfacción. En los peores casos, cedemos el control
del ritmo de nuestra vida a otros, a jefes o burócratas, a técnicos o
mercaderes. El ritmo de nuestra vida es impuesto; no lo elegimos nosotros.
Bailamos al son que tocan otras personas.
En
este lúcido e ingenioso libro, Michael Harris examina un fenómeno que está
alterando el ritmo de la vida humana de manera profunda y perturbadora: la
pérdida de la soledad. Desde hace más de un siglo, la vida humana es cada vez
más ajetreada. Los medios de comunicación nos bombardean con mensajes y distracciones.
El tiempo de trabajo se confunde con el de ocio. El torbellino social gira aún
más deprisa. Hasta hace poco, sin embargo, había momentos del día en que el
trajín amainaba y el ritmo de la vida se hacía más pausado. Te encontrabas a
solas contigo mismo, lejos de tus compañeros y amigos, y recuperabas tus
propios recursos, tus propios pensamientos. Esos intermedios producían en
ocasiones sentimientos de desamparo y aburrimiento. Pero también te permitían
reparar en ideas, percepciones y emociones que son inaccesibles para el ser
social.
Hoy
en día, esos momentos están desapareciendo. Con el smartphone en la mano, la
conectividad es constante. Estamos entre la multitud incluso cuando estamos
solos. La cháchara no acaba nunca; nadie aminora el paso. La interconexión
incesante puede parecer alentadora, pero, como demuestra Harris, sacrificamos
muchas cosas si no estamos nunca solos. La soledad es reparadora, fortalece la
memoria, agudiza la conciencia y estimula la creatividad. Nos vuelve más
tranquilos, más considerados y más lúcidos Y, lo que es más importante, nos
quita el peso del conformismo, concediéndonos el espacio necesario para
descubrir las fuentes más recónditas de la pasión, el placer y la plenitud de
la vida. Estar solos nos libera de nosotros mismos, lo que nos convierte en mejores
compañeros cuando regresamos a la multitud.
El
arte de la soledad -el arte que, como dice Harris, convierte “las fechas en
blanco en lienzos en blanco”- es difícil de dominar y fácil de desaprovechar.
Las fuerzas contemporáneas de la tecno- la sociedad y el comercio, fuerzas
beneficiosas en muchos modos, conspiran no solo para disminuir el número de
ocasiones en que podemos estar solos, sino también para hacernos creer que la
soledad es, en el mejor de los casos, superflua y, en el peor, una pérdida de
tiempo. Deberíamos oponernos a esas fuerzas. Deberíamos recordar que una vida
sin soledad es una vida disminuida. Lo que confiere tanto valor e importancia a
este libro es que nos sirve como recordatorio de la trascendencia de la soledad
y como acicate para la resistencia.
NICHOLAS
CARR
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