Recupero "el cuento de la zanahoria, el huevo y el café" de Raquel Aldana que leí hace tiempo en la
página: “La mente es maravillosa”. Es sencillo, lúcido y afronta un tema que es
ineludible al ser humano: las adversidades.
Me ha hecho pensar que vivimos en continuo proceso y no sólo sabemos adaptarnos sino que además
tenemos la capacidad de aprender de las dificultades. Más aún, éstas son una
oportunidad para encontrar la verdadera fuerza que surge desde nuestra
debilidad. El ser humano es excepcional respecto a esto, en comparación con
cualquier otra especie, pues no solo aprende y se adapta sino que es capaz de
dar sentido y significado a la herida innata que surge de las verdaderas
dificultades.
La vida se impone ajena a nuestros deseos pero siempre, o casi siempre,
tenemos elección ante las dificultades. La cuestión es no desesperar, más aún,
la cuestión es no perder la esperanza en nosotros mismos. Nos esperan muchos
“momentos otoño” de frío ante la desnudez de nuestra fragilidad. Momentos así,
donde se evidencian la ausencia de resguardo y de fruto, son una oportunidad
para poner la atención en algo fundamental: las raíces y la sabia que nos
nutre. Es entonces cuando encontramos el origen de nuestra verdadera fortaleza
y –humildemente- nuestra grandeza.
Me aventuro incluso a decir que es en momentos así donde se forja nuestra
capacidad para ser libres, pues elegir cuando las cosas van bien –o están
medianamente claras- es casi una obviedad. Elegir, por el contrario, desde la
desnudez y la raíz es encaminarnos hacia la fuente de nuestra sabiduría personal,
pues si erramos aprendemos y si acertamos acentuamos nuestra intuición. Esto
solo es posible desde la propia experiencia, ya sea dolorosa o afortunada.
La semilla no puede sospechar que será un árbol ante el proceso de
sufrimiento que tiene ante sí: romperse ante la presión de la tierra, buscar la
tibieza del calor del sol en medio de la oscuridad (intuyendo la luz), saborear
-con avidez contenida- la humedad que no termina por saciar del todo la sed y
abrirse camino sin más certeza que ese impulso profundo que la anima a seguir haciendo camino.
Somos así, pura ambivalencia: fortaleza en la fragilidad, sabiduría en medio
de las dudas, continuo tránsito de la muerte a la vida... Esta dinámica nos
define y al mismo tiempo nos ennoblece.
Puede que la cuestión no sea "cómo vivir" sino "desde dónde", aunque esta
última decisión define en realidad el "cómo".
Erase una vez la
hija de un viejo hortelano que se quejaba constantemente sobre su vida y sobre
lo difícil que le resultaba ir avanzando. Estaba cansada de luchar y no tenía ganas de nada; cuando un
problema se solucionaba otro nuevo aparecía y eso le hacía
resignarse y sentirse vencida.
El hortelano le
pidió a su hija que se acercara a la cocina de su cabaña y que tomara asiento.
Después, llenó tres recipientes
con agua y los colocó sobre fuego. Cuando el agua comenzó a hervir colocó en un
recipiente una zanahoria, en otro un huevo y en el último vertió unos granos de
café. Los dejó hervir sin decir palabra mientras su hija esperaba
impacientemente sin comprender qué era lo que su padre hacía. A los veinte
minutos el padre apagó el fuego. Sacó las zanahorias y las colocó en un tazón.
Sacó los huevos y los colocó en otro plato. Finalmente, coló el café.
Miró a su hija y
le dijo: «¿Qué ves?”.
«Zanahorias, huevos y café», fue su respuesta. La hizo acercarse y le pidió que
tocara las zanahorias. Ella lo hizo y notó que estaban blandas. Luego le pidió
que tomara un huevo y lo rompiera. Le quitó la cáscara y observó el huevo duro.
Luego le pidió que probara el café. Ella sonrió mientras disfrutaba de su dulce
aroma. Humildemente la hija preguntó: «¿Qué significa esto, papá?»
Él le explicó
que los tres elementos habían
enfrentado la misma adversidad: agua hirviendo. Pero habían reaccionado en
forma muy diferente. La zanahoria llegó al agua fuerte, dura; pero
después de pasar por el agua hirviendo se había vuelto débil, fácil de deshacer. El huevo había
llegado al agua frágil, su cáscara fina protegía su interior líquido; pero
después de estar en agua hirviendo, su interior se había endurecido. El café
sin embargo era único; después de estar en agua hirviendo, había cambiado el
agua.
«¿Cual eres tú?»,
le preguntó a su hija. «Cuando la
adversidad llama a tu puerta, ¿Cómo respondes?¿Eres una zanahoria que
parece fuerte pero que cuando la adversidad y el dolor te tocan, te vuelves
débil y pierdes tu fortaleza? ¿Eres un huevo, que comienza con un corazón
maleable? ¿Poseías un espíritu fluido, pero después de una muerte, una
separación, o un despido, te has vuelto dura y rígida? Por fuera eres igual
pero, ¿cómo te has transformado por dentro?
¿O eres como el
café? El café cambia el agua, el elemento que le causa dolor. Cuando el agua
llega al punto de ebullición el café alcanza su mejor sabor. Si eres como el grano de café, cuando las
cosas se ponen peor tú reaccionas mejor y haces que las cosas a tu alrededor
mejoren.
Ser un huevo o una
zanahoria sólo te perjudica a ti, así que: ¡levántate y sigue! No te pares. Lucha. Porque cuando no vas a
tener fuerzas es mañana si lo dejas pasar hoy. Sé fuerte, confía en ti, permanece
y comprende que es natural que las dificultades aparezcan.
Entiende que cada piedra en el camino te
ayuda a revalorar tu objetivo y te brinda la posibilidad de aprender de aquello
que quedaba pendiente. Al fin y al cabo nadie nace aprendido y el triunfo surge
de las cenizas del error y de la adversidad.
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