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Canción: Hacedores de milagros.


Introducción

Allá por el año 69, mientras yo nacía en pleno desierto del Sahara a más de 300.000 kilómetros de allí, el astronauta Neil Armstrong pisaba la luna y todo ello coordinado desde la Nasa, que contaba con ordenadores menos potentes que el móvil que llevo en el bolsillo. Este tipo de proezas, es propia de la raza humana, así es nuestra naturaleza. En cambio, a día de doy, sabemos -porque hay estudios- que podríamos erradicar la pobreza extrema, incluso la pobreza en su sentido más amplio, pero no lo hacemos. También somos conscientes que estamos destrozando el planeta (lo de destrozar es literal, no metafórico) y seguimos con las mismas inercias que nos llevan a consumir recursos muy por encima de nuestras necesidades. Somos así, pura contradicción.

Esto no viene de ahora, la historia es testigo de ello. Aunque hace apenas 2000 años aconteció un hecho que estableció un eje en nuestra propia historia. Un antes y un después: el Dios originario de la creación, el Dios de la vida en todas sus manifestaciones, decidió encarnarse en un acto de abajamiento único, porque hay algo en nuestra humanidad que pertenece a sus entrañas. Pero lo extraordinario es que decidió -aún lo hace- jugárselo todo por cada individuo concreto y no por una humanidad abstracta, como si supiera que en cada parte se juega el todo. Dicen los escritos antiguos que se nos concedió algo que nos permite proceder como Dios: el Espíritu. Esto es algo que sobrepasa a la razón y a la lógica humana, aunque ambas pueden llegar a encontrar caminos para adentrarse en este misterio.  De lo que no hay duda alguna es que surgieron, en ese mismo momento de la historia, hombres y mujeres que, movidos por ese Espíritu, han hecho que la humanidad sea más humana consigo misma. Puedes creer o dudar sobre Dios, pero no puedes eliminar la existencia de estos hombres y mujeres de Dios movidos por su Espíritu hasta el día de hoy.

Esta canción es un intento de acercarme, con profundo respecto, a estos “hacedores de milagros”, testigos que encarnan al Dios vivo y que traducen este misterio con gestos sencillos y cotidianos.


(Intro 2) Lam-Rem-Mi… Cómo pude, al final, componer esta canción arañando el fondo, como al principio. Pero esto lo contaré en otro momento.


Recitado. (Lam-Rem-Mi)

Dicen que el tiempo, el que existe desde los orígenes de la creación ya no les hace caso, porque ellos aborrecen su ritmo monótono. Se adaptan al latido de lugar donde viven, andan al paso de los lugareños y han aprendido a derramar las horas mirando de frente a todo aquel que no teme ser espejo del alma. Dicen de ellos que han domeñado la prisa a paso lento, bebiéndose la vida a sorbos pequeños.

Dicen algunos, que ellos saben mucho de lo eterno y de la vida, mucho más que aquellos que han vivido mucho… muchísimo. Y porque saben no dan discursos sobre aquello que da sentido a una vida, se limitan a vivirlo simplemente, con gestos simples, como si lo eterno se derramase en medio de lo cotidiano cotidianamente. Si se les pregunta por ese fondo que da vida a sus vidas ellos hablan de Dios, y por ello del hombre, que es hablar de la mujer, y de los niños y los ancianos y los no nacidos aún.

Algunos incluso ya no recuerdan cuando llegaron, mientras escuchan sus historias, las de los pueblos muy lejanos que los vieron partir. Dicen que se les enciende la mirada cuando hablan de sus raíces, pero lo que no saben es que hacen lo mismo cuando regresan a sus casas: hablan de los desiertos, y las selvas, y los poblados, y las ciudades hambrientas de todo como si hablasen de sus casas, de sus raíces.

Dicen que son de sonrisa fácil, de gesto amable y voluntad recia. Que no temen arañar con insistencia para cavar surcos en nuestras conciencias y llevarse algunas semillas allá donde hace falta sembrar esperanzas.

Misioneros los llaman…

Son hacedores de milagros, místicos del trabajo, músicos del silencio, artesanos de afectos, sacramentos encarnados, fe sencilla: la de siempre. Son alfareros de humanidad que moldean con esperanza tanto barro. Son pequeñas estrellas que no se acobardan ante la inmensidad de la noche, formando galaxias, porque se saben unidas a pesar de la distancia. Son hospitales para las dolencias del alma; y siembran futuros en medio de la nada donde nadie lo esperaba. Son agua fresca para los desiertos de las vidas resecadas por falta de aquello que nos sobra. Son el pupitre en el colegio. Son el cubo del pozo. Son la iglesia, la cruz en la capillita y la Virgencita madre. Son la venda ensangrentada. Son el grito humilde que exige paz en medio de la guerra. Son la resignación de los fracasos, que no faltan. Son la oración que espera y que llega donde no llega el pan y la dignidad. Son parte de la muerte de los que mueren sin sentido. Son el salmo suplicante que quiere mover a los que rezan sin compromisos. Son la voz del misterio que les repite una y otra vez: aquí no se rinde nadie, porque yo, vuestro Dios, no me rendiré jamás por cada uno de vosotros. Son el padre nuestro y el ave maría de los abuelos. Son el sobre del DOMUND lleno de sueños dormidos que quieren despertar y hacerse realidad. Son el twitter que corre veloz como estrella fugaz para hacernos caer en la cuenta de lo que tenemos entre manos.

Misioneros…

Ellos son lo que son porque Dios es quien e y nosotros… nosotros… andamos entre orillas: la de la fe y la de la voluntad que no se rinde ante una humanidad que necesita ser mas humana desde Dios.

Cantado.

Y mientras tanto esperamos, sin esperar, a que haya muchos más, muchos más como ellos. Hambrientos de nuestra solidaridad para encarnar a Dios con gestos sencillos que hacen milagros, desenclavando cruces por donde van como aquel nazareno de mirada limpia y llena de verdad, con el alma desnuda sin ningún pudor, poniendo el Reino en cada gesto de amor y la gratitud como bandera.

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