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Apuntes para una canción


Deshilachando versos que sueñan con acordes 
que un día serán canción. 

 

Quién no tiene sueños antiguos 

y sueños nuevos guardados en el cajón.

Quién no tiene las puntas de las alas 
rasgadas de volar demasiado a ras del suelo.
Quién no desea, en el fondo, desnudarse de cotidianos 
y vestirse de encuentros que hacen vivir a fondo.
Quién no siente que se acumulan los errores 
pero no puede evitar salir al encuentro de abrazos que sanan.
Quién no ha pensado que amar es una apuesta difícil de ganar
pero irremediablemente no se rinde.
Quién no lleva a cuestas un saco roto lleno de buenos recuerdos
que van sembrando, sin quererlo, ambas orillas del camino. 
Quién no lleva a cuestas heridas que deshojan como un otoño
y que suspiran como olas en busca de una orilla de consuelos. 
Quién no tiene en su hogar interior una chimenea de emociones 
con ascuas de nombres propios que infunden calor.
Quién no tiene algo que olvidar... 
y más de un recuerdo eterno.
Quién no tiene escondido un ramillete de lágrimas marchitas
que saben llorar de rabia, de dolor, de alegría, de amor.
Quién no ha perdido la mirada en el horizonte de otra mirada
y ha encontrado senderos nuevos por recorrer.
Quién no ha sido arropado por el calor de un amigo 
cuando todo era incierto y la niebla impedía seguir adelante.  
Quién no ha librado batallas ajenas sin saber por qué
y no ha combatido las propias por miedo a perder. 
Quien no ha respirado hondo el frescor de un abrazo
con olor a tierra mojada por el rocío del amanecer. 
Quién no ha llevado de la mano alguna vez, 
con ternura y cierto temor de olvido, al niño que un día fue.
Quién no tiene en alguien, un faro para los días de niebla,
que evite encallar ante puertos que no nos esperan. 
Quién no tiene una orilla con vocación de horizonte.
 
Aunque yo sé de quienes no tienen nada 
y de quienes tienen más aún. 
 
Pero yo, que ando a medio camino de casi todo,
soy feliz con mis zapatos desgastados 
de recorrer caminos propios y ajenos. 
Tengo una maleta llena de recuerdos nuevos y añejos.
La mirada desgastada de posarse en todo. 
Los bolsillos rotos y ligeros. 
 
Y de vez en cuando
mi guitarra me desnuda en cada acorde 
como si nos fuera la vida en ello;
aunque amo el vino del silencio y la soledad
que desgarra mis odres viejos. 
 
Amo la familia, lo cotidiano, lo predecible y lo nuevo.
Amo los libros, las catedrales y el otoño.
Amo lo divino y por ello lo humano
en la fragilidad de lo eterno. 
Amo reposar la mirada en la alborada 
de las cosas sencillas y pequeñas.
Amo las sonrisas y los abrazos que se alargan sin miedo.
Amo a los amigos que se arriesgan a serlo.
Amo con esperanza a esta humanidad herida que hiere,
desde el momento en que Dios me abrazó, sin merecerlo, 
como a quien mucho quiere.

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